viernes, 26 de junio de 2009

NEOLITICO


El neolítico ha estado tradicionalmente asociado a los orígenes de la agricultura, a la vida sedentaria y al uso de la cerámica y de instrumentos de piedra pulimentada. Sin embargo, en la actualidad se sabe que algunos de estos rasgos son anteriores a esta etapa. La cerámica hizo su aparición en Japón hace 16.000 años y en Australia se han encontrado útiles pulimentados con una antigüedad de 32.000 años. Incluso durante el neolítico estas características no siempre aparecen de forma conjunta. Por ejemplo, en el Oriente Próximo la producción de alimentos fue anterior a la aparición de la cerámica, lo que ha dado origen al término de neolítico precerámico (véase Jericó). No obstante, el vocablo neolítico sigue en uso en algunas partes del Viejo Mundo. Sus inicios se centran en el VII milenio en el Oriente Próximo y tiene su fin en el II milenio en Europa septentrional dependiendo del comienzo de la utilización del cobre.

En el neolítico se produjo la aparición de los primeros poblados con casas edificadas con diferentes materiales, en diferentes partes del mundo: casas de adobe en el Oriente Próximo y de grandes troncos de madera en Europa central y occidental por ejemplo. En Jericó, el neolítico precerámico coincidió con la construcción de una monumental muralla de piedra. Pero quizá el poblado neolítico más extraordinario sea el de Skara Brae en las islas Orcadas, cuyas casas y su mobiliario (incluido alacenas, aparadores y camas) están realizadas con losas. La cerámica, producto del desarrollo natural de pueblos sedentarios, fue ampliamente utilizada. El cultivo de cereal y la domesticación de animales, como vacas, ovejas, cabras y cerdos, fueron resultado no de un brillante descubrimiento, sino de la necesidad causada por la presión demográfica. La minería también hizo su aparición en el neolítico. Sus orígenes se pueden rastrear en el paleolítico, al practicarse actividades mineras para obtener ocre en África y en Australia o al excavar en cuevas para extraer nódulos de piedra. En el mesolítico se había obtenido obsidiana (piedra volcánica) en las islas del Mediterráneo, pero fue en Europa septentrional durante el neolítico cuando se explotaron ricas vetas de sílex de alta calidad mediante un enorme sistema de pozos y galerías radiales, extrayendo los bloques con picos construidos con astas de animales. Entre las minas mejor conocidas se encuentran las de Grimes Graves (Gran Bretaña), de Krzemionki (Polonia) y de Spiennes (Bélgica). El sílex de estas minas, al igual que el de otras muchas explotaciones al aire libre, fue transformado en hachas talladas o pulimentadas, objetos de una extensa y lejana comercialización, que se emplearon en la profunda deforestación que se produjo en Europa en esta época. Las numerosas y alargadas casas (de decenas de metros de longitud) construidas con grandes tablas de madera, pueden ser consideradas como evidencia de la deforestación. En el yacimiento de Kückhoven (Alemania noroccidental) se ha encontrado el pozo más antiguo, fechado más allá del 5000 a.C., que estaba revestido con enormes tablas de madera. Durante el neolítico también se construyeron carreteras o pistas mediante tablones de madera en la Europa húmeda, como la de Somerset (Gran Bretaña) y poblados formados por casas de madera a orillas de los lagos alpinos, a veces palafitos, esto es, levantadas en plataformas sobre el agua. Las excavaciones en estos poblados lacustres han sacado a la luz gran cantidad de productos manufacturados a partir de materiales orgánicos, como objetos de madera, de cestería o tejidos, que normalmente se desintegran con el paso del tiempo. Ello ha permitido vislumbrar la vida cotidiana de finales de la edad de piedra. Este tipo de materiales también se conserva en ambientes extremadamente áridos como el suroeste americano o las alturas andinas. La cerámica estaba a menudo ricamente decorada mediante motivos incisos, estampillados o pintados.

PROTOHISTORIA


Protohistoria, periodo de la historia situado cronológicamente entre la prehistoria, que la precede y obtiene toda su documentación historiográfica del uso de la arqueología, y la historia propiamente dicha, que la sigue y se apoya documentalmente sobre todo en los textos escritos. Es decir, la aparición de la escritura marcaría el punto de inflexión a partir del cual nos encontramos ante un periodo prehistórico o ante un periodo plenamente histórico, según respectivamente las diversas áreas culturales hayan llegado a ella. La protohistoria, no obstante, sería la época en la que cada civilización desarrolló sus elementos culturales propios que la llevaron al uso de la técnica metalúrgica y de la escritura, así como al desarrollo de una economía productiva no depredadora. En concreto, al menos en lo que respecta a Europa, la protohistoria designa un periodo cronológico que comienza en el II milenio a.C., inmediatamente después del calcolítico, y acaba con la generalización de la utilización del hierro hacia el 700 a.C.

EDAD ANTIGUA

Edad antigua, término que corresponde a un periodo cronológico delimitado entre la prehistoria y la edad media, de acuerdo con la interpretación lineal del tiempo y la división cuatripartita de la historia forjada por la visión de Europa como centro cultural de la modernidad.
Dicha división es el resultado de la propia historia europea, y más concretamente del devenir histórico de la Europa occidental. En la formulación del concepto de antigüedad, sus connotaciones originarias derivan de la visión negativa que de la edad media, como época oscura entre dos edades de oro, se tenía durante el renacimiento. Aquella división en un principio se fundamentó en criterios filológicos y se plasmó en el ámbito de la historiografía a partir de la obra del erudito alemán Cristopher Keller, más conocido como Cristophorus Cellarius, titulada Historia antiqua, publicada en 1685. La noción tradicional de antigüedad o de lo antiguo, como asimismo de lo medieval o de lo moderno, sigue conservando un valor referente, aunque fue objeto de una profunda revisión crítica por parte de los historiadores a lo largo del siglo XX, tanto en la determinación de sus límites como en la concepción de sus contenidos.

LOS FENICIOS

Pueblo fenicio

El pueblo creador de esta cultura, los fenicios, que se autodenominaba kna'ani o ben kna'an, coincide con el pueblo cananeo de la Biblia, pero el nombre de fenicio se aplica más bien a los descendientes de los cananeos que habitaban en la franja costera desde Dor (actual Israel) hasta Arados, o Arwad (actual Siria), entre 1200 a. C. y la conquista musulmana.

La denominación del nombre "Fenicia" o del gentilicio de sus habitantes "Fenicios", se remonta a la expresión griega "Finiki" que quiere decir "Rojizo". De esta forma los antiguos griegos se referían a los pobladores de la antigua Fenicia, siendo difícil saber si esto se deba al color rojizo de su piel o a los tintes utilizados para teñir telas también de tonos rojos.

La cultura fenicia es una civilización antigua que no dejó firmes huellas físicas de su existencia. Su lugar geográfico en la historia, es la actual República Libanesa, y el crecimiento desproporcionado de las ciudades, así como los frecuentes enfrentamientos bélicos del pasado, generaron un gran retraso para el hallazgo de nuevas y avanzadas muestras de un pasado glorioso. Sin embargo, a diferencia de otras, dejó un importante legado cultural a las civilizaciones posteriores, entre ellas crear un importante vínculo entre las civilizaciones mediterráneas, los principios comerciales y el alfabeto, que fueron los legados más importantes que dejaron los fenicios. Los fenicios ejercieron una poderosa influencia sobre toda la cuenca del mar Mediterráneo.

Cultura

El pueblo fenicio contribuyó a crear un importante vínculo entre las civilizaciones mediterráneas y más aún entre las formas artísticas del mundo antiguo, por imitación, fusión y difusión de ellas, aunque no se le considere como original creador de una gran cultura propia.

Los fenicios utilizaban un alfabeto fonético, que los griegos adaptaron a su propia lengua y, con el tiempo, sirvió de modelo para los posteriores alfabetos occidentales. Este alfabeto constaba de 22 signos para las consonantes, y no tenía vocales, pero fue muy importante pues era sencillo y práctico, a diferencia de otros alfabetos coetáneos que sólo dominaban los escribas y altos funcionarios, tras un arduo aprendizaje.

La cultura fenicia fue muy importante en su época pero, desgraciadamente, han quedado pocas huellas de su historia. Conocemos de su existencia, sobre todo, a través de los textos de otros pueblos que entraron en contacto con ellos, en particular los asirios, babilonios y, más tarde, los griegos. Se estudia principalmente en las ruinas de las ciudades que fueron colonias de Sidón o Tiro, como las de Cerdeña y Andalucía y, sobre todo, en las establecidas en la isla de Chipre.


Arte fenicio

Cabeza de CartagoSus producciones son más artesanales que artísticas, y en sus esculturas, cerámicas, joyas y objetos de metal, domina la influencia egipcia desde el siglo X a.C. (que es la fecha más antigua que se suele asignar al arte fenicio), con elementos asirios, hasta llegar al siglo VII a.C. Sin embargo, a partir de entonces prepondera la influencia griega, llegando a veces a confundirse sus producciones con las griegas, como se confunden las anteriores al siglo X a.C. con las asirias y egipcias.

Las formas de arquitectura se infieren más por los dibujos de los sellos y otros relieves que por las ruinas de sus edificios aunque no faltan algunos restos de piezas arquitectónicas hallados en Chipre y Fenicia. Entre éstos, figura el capitel con volutas, inspirado en el arte oriental y que bien pudo ser el antecesor del capitel jónico. Los templos fenicios (como el de Biblos) se distinguían por tener el santuario sin cubierta. En él se daba culto a una piedra o betilo que generalmente consistía en un aerolito de forma cónica (como piedra caída del cielo) situado en medio de la estancia a la cual precedía un atrio rodeado interiormente de columnas. Era también característica la forma que a los sarcófagos suntuosos de piedra daban los fenicios sidonitas que se adaptaba más o menos al contorno de la figura humana como los de la madera egipcios (sarcófagos antropoides)


Actividad comercial

El comercio era la actividad principal de la economía de los fenicios. Esta consistía en el intercambio o trueque de mercancías que ellos mismos producían y el transporte de las elaboradas por otros pueblos. Fueron los grandes mercaderes de la antigüedad. La geografía, que propiciaba la instalación de puertos, y la madera de sus bosques les brindaban los elementos básicos para construir barcos y organizar compañías de navegación. Una de ellas fue contratada por el rey persa Darío I en el siglo V a. C. También se conviertiron en una talasocracia, lo que les permitió controlar comercialmente el mediterráneo.


Colonias y factorías

Durante sus largos viajes debían abastecerse en distintos puntos de su recorrido. Con el tiempo, esos sitios fueron transformándose en establecimientos permanentes, llamados colonias. Los fenicios no conquistaron territorios, como otros pueblos invasores de la antigüedad, sino que fundaban establecimientos en sitios propicios de las costas para abastecerse y como almacenaje. Los marinos comerciantes de la ciudad de Sidón crearon asentamientos-almacenes amurallados, llamados factorías. También se establecieron en las proximidades de algunas ciudades, donde obtenían concesiones, como en la ciudad egipcia de Menfis.

Las factorías fenicias se esparcían prácticamente por toda la costa mediterránea y sus islas: desde Gádir, más allá del estrecho de Gibraltar que era la puerta del océano Atlántico, hasta las costas de Asia, y el mar Negro. Los viajes fenicios establecieron nexos perdurables entre el Mediterráneo oriental y el occidental, no solo comerciales, también culturales.

Si bien la geografía de la región era accidentada, los fenicios aprovecharon al máximo las posibilidades del suelo para la explotación agrícola y cultivaron hasta en las laderas de las montañas. Sus bosques del Líbano les permitían la explotación maderera. También elaboraron artesanía, como sus cerámicas -muy difundidas y utilizadas-, objetos de vidrio coloreado, y tejidos de lana teñidos con púrpura de Tiro, o murex, un colorante que extraían de un molusco. Desarrollaron una industria de artículos de lujo muy solicitados en la época y de gran valor comercial, como joyas, perfumes y cosméticos.


Alfabeto

Los fenicios fueron los inventores del alfabeto. El alfabeto fenicio comenzó como una serie de ideogramas, un conjunto de símbolos que representaban animales y objetos. A estos ideogramas se les asignaba un valor fonético de acuerdo al nombre, en idioma fenicio, del animal u objeto representado; este alfabeto sólo contenía consonantes, veintidós en total. Era un sistema simple, lo que permitía la difusión del conocimiento y la cultura.

Posteriormente, el alfabeto fenicio fue adoptado y modificado por los griegos para representar su idioma. Los griegos tomaron algunas letras del alfabeto fenicio y les dieron valor de vocal; debido a las diferencias lingüísticas entre ambos idiomas (griego = indoeuropeo, fenicio = semita) también cambiaron la pronunciación de algunas letras, y agregaron algunos símbolos para representar sonidos inexistentes en fenicio. El alfabeto latino proviene del alfabeto etrusco, que fue a su vez una adaptación del alfabeto griego.

Los hebreos también adoptaron el alfabeto fenicio, aunque dada la similitud de sus lenguas y la mutua influencia por su cercanía geográfica hubo una menor modificación que con los griegos.

El alfabeto fenicio ha sido en una u otra forma la base para los alfabetos latino, griego, cirílico, árabe, y algunos estudiosos consideran que también dio origen a los abugidas del subcontinente asiático.


Religión
Los dioses adorados por los fenicios varían de una ciudad a otra. Así el panteón de Sidón difiere del de Tiro o el de Chipre. Aún así, algunas divinidades están presentes de una forma u otra en la mayoría de las ciudades significativas. Estas divinidades son principalmente Astarté, Baal, Dagón, Resef y Melqart.


Astarté Principal diosa de Sidón y con presencia en las otras ciudades fenicias. Astarté es la diosa de la fecundidad, aunque sus características y dependiendo de las ciudades son diferentes. También es adorada como diosa guerrera, de la caza o incluso como patrona de los navegantes. Suele representarse posada sobre un león y sosteniendo una flor de loto y una serpiente. En otras representaciones se acentúa su carácter como diosa de la fecundidad y aparece tocándose los senos o dando de mamar a dos niños. Se asimiló en otras culturas con nombres diferentes como por ejemplo la Afrodita de los griegos, la Venus romana o la Isis egipcia. Contaba con abundantes santuarios en Sidón y Tiro. Está documentado un santuarios dedicado a Astarté en El Carambolo, (Sevilla), fechado en el siglo VIII a.C.

Astarté es la reina del cielo a quien los cananitas había quemado incienso en la Biblia (Jeremías 44).


Eshmún Adorado en Sidón y en Chipre. Se le asimila a Apolo y a Esculapio como dios sanador. Contaba con un gran santuario a las afueras de Sidón en un lugar donde brotaba una fuente. En los rituales de adoración a Eshmún se realizaban abluciones y danzas. También se conoce que existieron unos juegos en su honor y que el vencedor ganaba una tela púrpura.

BABILONIA

Babilonia (imperio), antiguo reino de Mesopotamia, conocido originalmente como Sumer y después como Sumer y Acad, situado entre los ríos Tigris y Éufrates, al sur de la actual Bagdad (Irak). La denominación de este territorio, que llegó a constituirse como un gran imperio, deriva del nombre de la ciudad de Babilonia.

CIVILIZACIÓN BABILÓNICA

La civilización babilónica, que duró desde el siglo XVIII hasta el VI a.C., era, como la sumeria que la precedió, de carácter urbano, aunque se basaba en la agricultura más que en la industria. El país estaba compuesto por unas doce ciudades, rodeadas de pueblos y aldeas. A la cabeza de la estructura política estaba el rey, monarca absoluto que ejercía el poder legislativo, judicial y ejecutivo. Por debajo de él había un grupo de gobernadores y administradores selectos. Los alcaldes y los consejos de ancianos de la ciudad se ocupaban de la administración local.

Los babilonios modificaron y transformaron su herencia sumeria para adecuarla a su propia cultura y carácter. El modo de vida resultante demostró ser tan eficaz que sufrió relativamente pocos cambios durante aproximadamente 1.200 años. Influyó en sus países vecinos, especialmente en el reino de Asiria, que adoptó la cultura babilónica prácticamente por completo. Afortunadamente, se ha encontrado una colección importante de obras de literatura babilónica gracias a las excavaciones. Una de las más importantes es la magnífica colección de leyes (siglo XVIII a.C.) frecuentemente denominada Código de Hammurabi, que, junto con otros documentos y cartas pertenecientes a distintos periodos, proporcionan un amplio cuadro de la estructura social y de la organización económica.

La sociedad babilónica estaba compuesta por tres clases sociales representadas por el awilu, persona libre de clase superior; el wardu, o esclavo; y el mushkenu, persona libre de clase inferior, que se encontraba legalmente entre el awilu y el wardu. La mayoría de los esclavos eran prisioneros de guerra, aunque algunos eran reclutados entre la población babilonia. Por ejemplo, las personas libres podían ser hechas esclavos como castigo por algunos delitos; los padres podían vender a sus hijos como esclavos en momentos de necesidad; o un hombre incluso, podía someter a toda su familia a los deudores como pago de una deuda, pero no durante más de tres años. Los esclavos eran propiedad de su amo, como un bien mueble, podían ser marcados y azotados, y eran severamente castigados si intentaban escapar. Los esclavos tenían algunos derechos legales y podían realizar negocios, prestar dinero y comprar su libertad. Si un esclavo se casaba con una persona libre y tenían hijos, éstos eran libres.

La familia era la unidad básica de la sociedad babilónica. Los matrimonios eran dispuestos por los padres y los esponsales se reconocían legalmente tan pronto como el novio presentaba un regalo nupcial al padre de la novia; la ceremonia matrimonial normalmente concluía con un contrato inscrito en una tablilla. Aunque el matrimonio se consideraba principalmente un acuerdo práctico, hay pruebas que sugieren que no eran completamente desconocidas las relaciones prematrimoniales clandestinas. La mujer babilonia tenía algunos derechos civiles importantes. Podía tener propiedades, realizar negocios y actuar como testigo en un juicio. Sin embargo, el marido podía divorciarse de ella por cuestiones triviales o, si no le había dado hijos, podía contraer matrimonio con otra mujer.

El número de habitantes de una ciudad variaba probablemente entre 10.000 y 50.000. Las calles de la ciudad eran estrechas, sinuosas e irregulares, flanqueadas por los muros altos y sin ventanas de las casas. Las calles no estaban pavimentadas ni tenían alcantarillas. La casa media era una estructura pequeña, de una planta y de ladrillos de barro, compuesta de distintas habitaciones agrupadas alrededor de un patio. Por otra parte, la casa de un próspero babilonio era, probablemente, una residencia de dos pisos de ladrillo con aproximadamente una docena de habitaciones, con muros interiores y exteriores enlucidos y enjalbegados. La planta inferior tenía una habitación de recibimiento, una cocina, un cuarto de aseo, las habitaciones del servicio y, a veces, incluso una habitación privada para el culto. Los muebles incluían mesas bajas, sillas con respaldo y camas con armazón de madera. La vajilla doméstica estaba fabricada de arcilla, piedra, cobre y bronce, y los cestos y las arcas de caña y madera.

Las casas frecuentemente se construían sobre un mausoleo donde se enterraban a los miembros de la familia. Los babilonios creían que las almas de los muertos viajaban al siguiente mundo, y que, al menos en cierto grado, la vida seguía allí como en la tierra. Por ello, enterraban junto al muerto tarros, herramientas, armas y joyas.

Los babilonios heredaron los logros técnicos de los sumerios en riego y agricultura. El mantenimiento del sistema de canales, diques, presas y depósitos construidos por sus predecesores necesitaba de un considerable conocimiento y habilidad de ingeniería. La preparación de mapas, informes y proyectos implicaban la utilización de instrumentos de nivelación y jalones de medición. Con fines matemáticos y aritméticos, utilizaban el sistema sexagesimal sumerio de numeración, que se caracterizaba por un útil dispositivo denominado notación lugar-valor que se parece al actual sistema decimal. Continuaron utilizándose las medidas de longitud, área, capacidad y peso, normalizadas anteriormente por los sumerios. La agricultura era una ocupación complicada y metódica que necesitaba previsión, diligencia y destreza. Un documento escrito en sumerio recientemente traducido, aunque utilizado como libro de texto en las escuelas babilónicas, resulta ser un verdadero almanaque del agricultor, y registra una serie de instrucciones y direcciones para guiar las actividades de la granja, desde el riego de los campos hasta el aventamiento de los cultivos cosechados.

Los artesanos babilonios eran diestros en metalurgia, en los procesos de abatanado, blanqueo y tinte, y en la preparación de pinturas, pigmentos, cosméticos y perfumes. En el campo de la medicina, se conocía bien la cirugía y se practicaba frecuentemente, a juzgar por el Código de Hammurabi, que la dedica varios párrafos. También se desarrolló, sin lugar a dudas, la farmacopea, aunque la única prueba importante de ello procede de una tablilla sumeria escrita algunos siglos antes del reinado de Hammurabi.
Ley y justicia eran conceptos fundamentales en el modo de vida babilónico. La justicia era administrada por los tribunales, cada uno de los cuales tenía entre uno y cuatro jueces. Los ancianos de una ciudad frecuentemente formaban un tribunal. Los jueces no podían revocar sus decisiones por ninguna razón, aunque podían dirigirse apelaciones contra sus veredictos ante el rey. Las pruebas consistían en afirmaciones de testigos o de documentos escritos. Los juramentos, que desempeñaban un papel importante en la administración de justicia, podían ser prometedores, declaratorios o exculpatorios. Los tribunales aplicaban castigos que iban desde la pena de muerte al azote, la reducción del estado social a la esclavitud y el destierro. Las compensaciones por daños iban desde 3 a 30 veces el valor del objeto perjudicado.

Para asegurar que sus instituciones legales, administrativas y económicas funcionaban eficazmente, los babilonios utilizaban el sistema de escritura cuneiforme desarrollado por los sumerios. Para formar a sus escribas, secretarios, archiveros y demás funcionarios administrativos, adoptaron el sistema sumerio de educación formal, bajo el cual escuelas seglares servían como centros culturales. El plan de estudios consistía principalmente en copiar y memorizar ambos libros de textos y los diccionarios sumero-babilónicos que contenían largas listas de palabras y frases, incluidos los nombres de árboles, animales, pájaros, insectos, países, ciudades, pueblos y minerales, así como una gran y diversa colección de tablas matemáticas y problemas. En el estudio de la literatura, los alumnos copiaban e imitaban distintos tipos de mitos, epopeyas, himnos, lamentaciones, proverbios y ensayos en lengua sumeria y babilónica.

EGIPTO

Antiguo Egipto, periodo de la historia de Egipto que abarca desde su protohistoria hasta el siglo VII d.C., y que comprende, por tanto, el conjunto de su edad antigua y parte de su edad media.
La antigua civilización egipcia fue notable no solo por la riqueza, esplendor y sofisticación de su arquitectura funeraria, que refleja y atestigua el poder de sus faraones y la habilidad de sus ingenieros. También lo fue por su desarrollado sistema de gobierno; por la aplicación de sistemas de irrigación; por su escritura pictográfica; por sus estudios en los campos de la astronomía, las matemáticas y la medicina; por la creación de una cultura espiritual muy compleja, patente en sus panteones y en sus conceptos de vida ultraterrena; así como por su destreza y sensibilidad artísticas.

El conocimiento que en la actualidad se tiene del antiguo Egipto se debe, en buena parte, a los grandes monumentos que aquella civilización legó; y a la arqueología, que los descubrió, analizó y estudió. Una significativa faceta de la egiptología (que se define como el estudio de la civilización del antiguo Egipto) es la investigación de la valiosísima información proporcionada por los textos escritos en caracteres jeroglíficos que se han hallado en las paredes y muros de tumbas y templos, en obeliscos y columnas, y en tablillas de arcilla y papiros. La interpretación de esos jeroglíficos, que fue posible gracias al hallazgo, en 1799, de la piedra de Rosetta, ha permitido conocer progresivamente múltiples aspectos de la vida del antiguo Egipto. Otra fuente que resultó fundamental para la reconstrucción de su historia fue el Aegyptiaca de Manetón, un sacerdote tolemaico del siglo III a.C. que organizó una lista de reyes dividida en 30 dinastías.

EL MEDIO FÍSICO

Desde el comienzo de su historia, la vida en Egipto (al que Heródoto describió acertadamente como “el don del Nilo”) estuvo profundamente vinculada a ese gran río. Y es que, sin el Nilo, Egipto sería un monótono desierto que poco o nada favorecería la vida humana. Sin embargo, debido al río, y más concretamente a sus crecidas anuales, una estrecha franja, el valle del Nilo, se convirtió en un espacio especialmente fértil y en la cuna de una gran civilización. Esta fructífera lengua de terreno divide el Sahara en dos grandes áreas: el desierto Oriental (el desierto Arábigo), una región montañosa que se extiende hasta el mar Rojo; y el desierto Occidental (desierto Líbico), que se prolonga hasta el corazón del África septentrional. Los antiguos egipcios distinguieron perfectamente el árido Deshret (“tierra roja”) y el fértil Kemet (“tierra negra”, por el color de su suelo aluvial). Sentían el primero, el desierto, como una tierra extraña, a la que solo se aventuraban para la obtención de metales (como el oro), minerales y piedras preciosas. En cambio, consideraban el valle del Nilo su hogar; en él se sentían seguros y protegidos por una serie de de dioses que, indefectiblemente, propiciaban el puntual inicio de la crecida anual del río.

Las precipitaciones estacionales en Etiopía motivaban que el Nilo alcanzara su mayor caudal; como consecuencia de este hecho, enormes cantidades de limo, rico en nutrientes, se trasladaban aguas abajo hasta depositarse en las llanuras del valle del Nilo. El nivel que alcanzara la crecida era fundamental: si era demasiado bajo, podía significar una mala cosecha y, como consecuencia, el hambre; si era demasiado alto, los depósitos aluviales que hacían fértil la tierra podían ser desplazados más allá de los suelos de cultivo y acabar en el desierto. La crecida del Nilo era tan importante que su inicio, en el actual mes de julio, señalaba el principio del año egipcio, que coincidía con la reaparición de Sirio en el cielo nocturno. Esta estrella fue asociada con Isis, pues se creía que las lágrimas de esta diosa provocaban la inundación. El año agrícola se dividía en tres estaciones (correspondientes a la crecida, la siembra y la cosecha); y el civil, en 12 meses de 30 días cada uno de ellos, con 5 días suplementarios que se añadían al final de cada año.

SOCIEDAD Y ECONOMÍA

Los tiempos de estabilidad y prosperidad del antiguo Egipto se debieron, en gran parte, a la existencia de un gobierno central fuerte y al sentido unificado de objetivos creado por la creencia religiosa. Ambos factores fueron proporcionados por el poder de su soberano, el faraón, el cual, como dios viviente, era el sumo sacerdote de cada culto y embajador ante los dioses, la autoridad suprema, la fuente última de justicia, el responsable de la legislación y el auténtico poseedor del poder en el reino. No obstante, también permitió cierta autonomía; el país fue dividido en nomos o distritos, cada uno de los cuales tenía su administración (con su gobernador, el nomarca, al frente) y panteón propios.

El faraón estuvo auxiliado en las tareas de gobierno por una cada vez más potente burocracia de consejeros y funcionarios. La existencia de numerosos escribas resultaba fundamental para la administración de la tierra, así como para el registro y gestión de los asuntos legislativos y judiciales, militares y religiosos. Dos cargos clave del funcionariado faraónico fueron el visir y el portador del sello. El visir supervisaba la administración de los nomos y las actividades del conjunto de funcionarios, y suponía una importante instancia judicial. Finalmente, la figura del visir se duplicó, siendo designado uno para el Alto Egipto y otro para el Bajo Egipto. Por su parte, el portador del sello actuaba como tesorero responsable de todos los bienes que entraban en los almacenes y depósitos regios.

La esclavitud no fue habitual en Egipto hasta el periodo del Imperio Nuevo, cuando las grandes conquistas exteriores permitieron tomar como esclavos a los habitantes de los territorios sojuzgados. La mayor parte de la población estaba formada por campesinos, parte de los cuales trabajaba para los grandes propietarios de la tierra o para el propio faraón. Otro importante sector social lo constituían los artesanos, que producían ladrillos, esteras, cestas, instrumentos y utensilios de uso cotidiano. Otros dos elementos importantes de la sociedad fueron los comerciantes y los propietarios de las embarcaciones que efectuaban el transporte por las aguas del Nilo.

La economía del antiguo Egipto se basaba en el trueque. Hasta el Imperio Nuevo, el comercio exterior no superó el ámbito de la pequeña escala. Egipto exportaba grano, lino y papiro; e importaba madera de Líbano, cobre de Chipre, incienso del este, piedras preciosas de lugares tan lejanos como el actual Afganistán y animales exóticos, como monos, del sur.
Agricultura: la vida en el campo

En el mes de septiembre, cuando el nivel del agua comenzaba a bajar como consecuencia del retroceso de la crecida, se iniciaba el ciclo agrícola anual. Los canales de irrigación tenían que ser reparados y los límites de las tierras, factor muy importante para calcular los impuestos, eran medidos de nuevo. Una vez completadas estas actividades, podía iniciarse la siembra del trigo, la cebada y el lino, principales productos de la agricultura egipcia. Luego, había que efectuar trabajos de mantenimiento de los canales y proteger la futura cosecha de la acción de parásitos. La cosecha comenzaba en abril. El trigo se recolectaba después de que, por razones fiscales, los supervisores de las cosechas calcularan la producción; luego, se comparaba con la obtenida realmente. Después tenían lugar la trilla y el aventamiento. Finalmente, el grano era transportado a graneros, donde era almacenado para su consumo posterior (básicamente, sería usado para elaborar pan), aunque una pequeña parte se conservaba para servir como semilla en la siguiente siembra. Dada la fertilidad del terreno, era posible realizar una segunda cosecha, por lo general de verduras o legumbres. Otras verduras y frutas (como higos y dátiles) eran cultivados en huertos y jardines; asimismo, también existían viñedos. Por lo que respecta al ganado, se criaban ovejas, cabras, cerdos y aves de corral; los asnos eran empleados para el transporte.

Alimentación

En términos generales, parece que puede afirmarse que la dieta de los antiguos egipcios fue variada, aunque, evidentemente, debieron existir notables diferencias y aquella tuvo necesariamente que depender de la categoría social. La base alimenticia de la población campesina fueron los cereales, utilizados para la elaboración de las que eran comida y bebida por excelencia: el pan (que inicialmente sería cocido en fuegos al aire libre y, ulteriormente, en primitivos hornos) y la cerveza (de la que los egipcios están acreditados como inventores). La dieta de los más afortunados se completaba con verduras y frutas (judías, garbanzos, lentejas e higos eran los productos más habituales) y pescado, que el Nilo proporcionaba en abundancia. La carne (y de esta, la de ganado vacuno comúnmente) debió ser más extraña en la mesa de la población común, quedando posiblemente reservado su consumo a festividades y ocasiones especiales. En cambio, los individuos pertenecientes a sectores sociales superiores sí debieron comer con regularidad la carne de animales como el antílope o la gacela, que formarían parte, como se ha dicho antes, de una ingesta mucho más rica y que incluiría tres comidas al día (por las dos que debían ser habituales en el resto de la población). En la tumba de un noble menor de Tebas se conservó el menú de una comida funeraria que incluía gachas, codorniz asada, riñones, paloma, pescado hervido, ternera, pan, pasteles, compota de frutas y queso.

Artesanía y otros oficios

Los egipcios que no se dedicaban a la agricultura se empleaban en el sector artesanal. En muchos casos, los oficios se heredaban de padres a hijos, aunque también había jóvenes que iniciaban su vida profesional como aprendices en negocios ajenos a la familia.

La cerámica y el vidrio se produjeron regularmente, y alcanzaron su momento de mayor esplendor a partir del Imperio Nuevo; en el caso de los alfareros, el desarrollo del torno resultaría fundamental. Los carpinteros y ebanistas estuvieron muy determinados por la escasez de madera autóctona, lo que hizo depender su actividad de la importación; este factor explica que los objetos de madera fueran caros y que su consumo quedara reservado a los sectores sociales superiores. Trabajos de gran antigüedad fueron los del hilado y el tejido (la prenda de ropa más antigua que se conoce en Egipto se remonta al 3.000 a.C.). El desarrollo de talleres textiles (a menudo controlados por mujeres) y de un cierto tipo de telar vertical en el Imperio Nuevo significaron que este sector incrementara su importancia. Otros hitos tecnológicos fueron el fuelle de pie, el bastidor y el grabado de objetos metálicos. Por lo que se refiere a la metalistería, el cobre fue el material más trabajado, ya que el bronce se introdujo de forma tardía; el oro era muy caro, pero al encontrarse en Egipto, hizo que la plata, más rara, tuviera que ser importada y terminara por ser más apreciada y valiosa. Los artesanos especializados estuvieron vinculados especialmente a la joyería (en la que empleaban piedras y metales preciosos, vidrio, esmaltes), la pintura, la escultura y el diseño y construcción de los grandes monumentos construidos para gloria de faraones y deidades. Por ello, estos artesanos trabajaron en condiciones favorables y disfrutaron de un estatus elevado, gozando de un considerable patrocinio regio.

La navegación fue otra profesión de gran importancia. Esto se explica por el hecho de que el Nilo proporcionara el único medio práctico para transportar mercancías a lo largo del país. Las crecidas provocaban cada año corrientes peligrosas y remolinos, por lo que no resulta extraño que muchos papiros literarios refirieran con detalle las proezas y el heroísmo de marineros naufragados y sorprendidos por tormentas.

Pirámides, templos y tumbas

La construcción de los grandes monumentos tenía lugar, habitualmente, en la época de la crecida del Nilo, cuando resultaba imposible dedicarse a las tareas agrícolas. Parece que, al contrario de lo que se pensó durante mucho tiempo, estos trabajos no fueron realizados por cuadrillas de esclavos sometidos a un ambiente opresivo. Existen pocas evidencias de trabajos forzados, y la ausencia de soldados en los relieves que describen la edificación de estos monumentos sugiere que esta no se desarrolló en unas condiciones excesivamente ásperas, si bien es cierto que exigía un elevado esfuerzo físico. Además, los trabajadores no solo participaban en estas empresas por disposición expresa de los faraones; la creencia en la vida después de la muerte era común entre los egipcios, por lo que la construcción de grandes tumbas para sus soberanos, dioses vivientes, pudo ser un aliciente de gran importancia en las estructuras mentales de la población.

Enormes cantidades de piedra debían ser extraídas de las canteras (a veces próximas, pero en ocasiones situadas a centenares de kilómetros de las obras) y arrastradas por grupos de hombres hasta el Nilo, donde los bloques eran cargados en embarcaciones. Para comprender en toda su magnitud la dificultad que conllevaba la ejecución de esta arquitectura monumental es necesario añadir la relativa simplicidad del instrumental. Estos trabajos comunales efectuados durante la crecida tienen que vincularse también con las necesidades de los egipcios para hacer frente a las cargas fiscales; si aproximadamente el 90% de la población estaba unido a la agricultura, ese mismo porcentaje trabajaría en los grandes proyectos arquitectónicos durante la crecida.

La construcción de los templos, con sus colosales columnas, estatuas y obeliscos de granito, caliza, diorita o, más raramente, alabastro suponía una empresa similar. Los bloques de piedra, de hasta 800 toneladas, eran tallados de forma grosera en las canteras para facilitar su transporte, recibiendo su forma final a pie de obra. Los delineantes y los pintores que decoraban tumbas y templos eran profundos conocedores de su oficio; trabajaban según convenciones artísticas prefijadas y empleaban rejillas que aseguraban las dimensiones correctas de las figuras que representaban para ilustrar las vidas de faraones y sus consortes, historias tradicionales, episodios mitológicos y escenas de la vida cotidiana. Véase también Arte y arquitectura de Egipto.

Ciudades y aldeas

Como las orillas del Nilo han sido habitadas de forma continuada desde aquellos tiempos hasta el presente, los asentamientos egipcios más antiguos, ya fueran ciudades, pueblos o pequeñas aldeas, descansan bajo una gran acumulación de niveles de ocupación, lo que dificulta en extremo su investigación arqueológica. Sin embargo, los restos de un pueblo hallado en Deir el-Medina (en Tebas) y los de la que fuera Ajtatón (hoy, Tell el-Amarna, entre Menfis y Tebas) han proporcionado datos suficientes para conocer cómo fueron las antiguas poblaciones y comunidades egipcias. Parece que la mayor parte de ellas se desarrolló sin una planificación formal previa. A menudo se encontraban amuralladas, para asegurar su protección. Sus distintos espacios estuvieron habitados por miembros de diferentes clases sociales, lo que explica que grandes mansiones con jardines convivieran con aglomeraciones de pequeñas viviendas separadas por callejones, aunque no existieran segregaciones estrictas.

La casa típica estaba construida con adobe (ladrillos de barro mezclado con heno o paja y cocidos al sol). Sus paredes interiores y exteriores estaban blanqueadas, tanto por motivos ornamentales como de higiene y salubridad. Los suelos eran generalmente de arcilla comprimida, cubierta de esteras de caña que evitaban que se levantara polvo. Las viviendas más habituales, es decir, las de la mayor parte de los egipcios, tenían entre tres y siete cuartos, con áreas de trabajo en la planta baja, un espacio para el alojamiento y una escalera que conducía a un pequeño habitáculo sobre los dormitorios en la azotea que puede que cumpliera las funciones de cocina. Generalmente, las ventanas eran pequeñas (para que entrara poca luz) y es posible que estuvieran orientadas al norte (para facilitar el acceso de aire fresco).

Las residencias de las clases altas de la sociedad fueron mucho más lujosas, con no menos de 60 ó 70 habitaciones y jardines amurallados en los que se plantaban árboles, normalmente higueras, que proporcionaban sombra en la canícula. Estas casas tenían varias alturas, existiendo áreas dedicadas al trabajo en la planta baja, espacios residenciales en la primera planta, posiblemente también un harén, y dormitorios en el segundo piso. En el recinto, alrededor de la casa, había talleres, corrales y almacenes. Mayor esplendor aún tuvieron los palacios regios y los templos, en cuyo interior había comunidades.

Educación y ciencia

La formación de los egipcios dependía de la clase social a la que pertenecieran. Los niños de las familias de sectores sociales inferiores aprendían de sus padres el oficio de estos; de ello dan testimonio los relieves funerarios que representan a niños participando en tareas simples del campo. Igualmente adquirirían las destrezas de sus progenitores o de otros varones con los que tuvieran relación en las diferentes profesiones artesanales. Por su parte, las muchachas aprenderían de sus madres las labores que estas realizaban en los hogares, principalmente las relativas a la confección de tejidos y la elaboración de pan y cerveza. La lectoescritura estuvo reservada a los niños pertenecientes a familias ricas, futuros integrantes de la burocracia estatal ligada a la administración pública. Esta enseñanza estaba a cargo de los escribas, una profesión que se heredaría de padres a hijos. Los miembros de esta élite social debieron también añadir a su bagaje cultural conocimientos matemáticos en los campos del álgebra (se cree que los egipcios fueron capaces de solucionar ecuaciones elementales) y la geometría (solo sus profundos avances en esta rama explicarían la construcción de la arquitectura monumental).

Otras ciencias motivo de estudio fueron la astronomía y la medicina, aunque siempre vinculadas al marco de las creencias religiosas. La astronomía era de gran importancia para las prácticas religiosas, así como para la medición del tiempo, y debió alcanzar importantes cotas. Sirvan como ejemplo de esta última afirmación el que los egipcios no mostraran extrañeza ante los eclipses del Sol y la Luna, o la referencia anticipada que un papiro efectuaba acerca de la visión de un cometa (probablemente, el Halley). Aunque, como se ha dicho, profundizaron en sus estudios en matemáticas y astronomía, e incluso practicaron la alquimia, probablemente la medicina fue la rama más importante de la ciencia para los egipcios. Así, se han encontrado numerosos papiros que catalogan las dolencias y sus tratamientos, remedios y curas. Véase también Literatura egipcia.

RELIGIÓN Y MITOLOGÍA

Al igual que en otros aspectos de la vida del antiguo Egipto, el Nilo y el Sol (Ra) fueron ejes centrales de la religión. Se consideraba que el Sol había creado el río mismo y ambos estaban vinculados a los mitos de la creación. El Nilo era sagrado: no tenía fuente visible de origen y, pese a que en Egipto la lluvia era muy escasa, el río inundaba cada año el valle y permitía la vida. Los conceptos de la creación fueron diversos y cada ciudad rendía culto y adoraba a diferentes divinidades.

Todas las ciudades egipcias se hallaban bajo la protección de tres dioses. La tríada de Tebas estaba constituida por Amón, su esposa Mut y su hijo Khonsu. Amón, la divinidad principal de la tríada, fue un dios relativamente menor hasta que Tebas se convirtió en la capital de Egipto durante el Imperio Nuevo. En ese periodo, Amón fue identificado con Ra y esa asociación, Amón-Ra, se convirtió en la deidad imperial de Tebas y en el dios personal del faraón. Ptah, dios de la creación, fue la principal deidad de Menfis; y Osiris, señor del reino de los muertos, estuvo especialmente relacionado con la ciudad de Abidos.

Aparte de Ra (creador del Universo), Mut (diosa del cielo y, en ocasiones, madre divina del faraón reinante), Amón, Ptah, Osiris y su esposa Isis, los principales dioses egipcios fueron Horus (dios del cielo), Set (encarnación del mal y del caos), Hator (diosa del cielo y reina del firmamento) y Anubis (dios de la muerte). Los templos que les fueron dedicados eran considerados sus moradas y, en virtud de ello, solo sus sacerdotes y el faraón podían acceder a ellos. En su honor se celebraban grandes festividades, dirigidas personalmente por el faraón, que escoltaba a las estatuas de los dioses a través de calles formadas por las columnas de los templos decoradas con banderas y guirnaldas. Aunque probablemente la mayor parte de la población rendía culto a divinidades locales menores en santuarios de sus hogares, en ocasiones debía participar en esas grandes celebraciones.

Muchas de las principales divinidades del antiguo Egipto estuvieron asociadas a determinados animales; por ello, fue muy común su representación zoomórfica (sobre todo, de la cabeza) en pinturas murales, grabados, relieves, manuscritos y esculturas (así, por ejemplo, Anubis, con cabeza de chacal, y Horus, como un halcón). De igual forma, los egipcios sacralizaron a los animales asociados con algunas deidades; tal fue el caso de los gatos (con los que se identificaba a Bastet, diosa del amor y de la fertilidad, hermana de Ra), de los cocodrilos (por el dios Sobek, a veces identificado con Amón o Ra) y de los ibis (que daban a apariencia a Tot, dios de la Luna y escriba de los dioses). En tiempos posteriores, gran número de estos animales sagrados fueron embalsamados, momificados y llevados a las tumbas regias.

Gracias a esos sepulcros reales se ha llegado a tener un alto grado de conocimiento sobre los ritos funerarios de los egipcios y su creencia en la vida ultraterrena. Ya en tiempos predinásticos, ofrendas y ajuares funerarios acompañaban al difunto en su tumba para servirle en el más allá. El proceso de embalsamamiento y momificación aseguraba la conservación del cuerpo (requisito para la vida después de la muerte) y los ritos de inhumación fueron diseñados para facilitar el tránsito del alma a esa nueva vida. La preservación del nombre de la persona muerta sobre las paredes de su tumba se consideraba igualmente muy importante; si se borraba, el difunto quedaría condenado a la oscuridad. El paso último lo decidía el juicio de Osiris, que pesaba el corazón del fallecido tomando como medida una pluma (símbolo de Maat, deidad de la verdad y la justicia). El alma de los difuntos se convertía en una estrella que viaja a través del cielo, aunque la vida después de la muerte también era tenida por una continuación de la vida en la Tierra. Estas profundas y complejas creencias de los antiguos egipcios no implicaban una fascinación mórbida por la muerte, sino que encontraban su razón de ser en el ferviente anhelo de prolongar la vida; y precisamente, muchos de sus nombres y la mayor parte de su cultura e historia se conservaron para la posteridad gracias a los hitos materiales que dispusieron para asegurar la vida eterna que tanto desearon. Véase también Mitología egipcia.

El nacimiento de una civilización

La presencia del hombre en Egipto se remonta a 500.000 años. Sin embargo, las primeras culturas neolíticas bien identificadas aparecieron en los milenios VI y V a.C. Cada una de ellas es conocida por el nombre del yacimiento arqueológico que las definió y fueron, por orden cronológico, la badariense (por El-Badari); la amratiense (por El-Amrah) o Nagada I, y la geerziense (Nagada II y III). En el transcurso de las dos primeras, se desarrollaron sociedades más complejas, vinculadas a comunidades y pueblos, como consecuencia de la aparición de la agricultura (cebada y trigo), y emergieron nuevos ritos funerarios relacionados con la inhumación. El paso del periodo amratiense al geerziense estuvo marcado por la llegada (c. 3500 a.C.) de pueblos camito-semíticos que se incorporaron a las poblaciones del Nilo en la región de Fayum.

Las ciudades que habían ido surgiendo en el valle del Nilo se agruparon progresivamente en dos reinos: el del delta del Nilo, en el Bajo Egipto, en la zona de Buto; y el del Alto Egipto, en torno a Hiérakonpolis, en la zona de Ombo. En fechas algo anteriores al 3100 a.C., Narmer, soberano originario de Hierakónpolis al que tradicionalmente se ha identificado con el legendario Menes, unificó las regiones del Alto y del Bajo Egipto, con lo que nació el país 'de las dos tierras', con capital en la ciudad de Tinis (o Tis), cerca de Abidos. Inauguró de este modo la I Dinastía Tinita (a veces denominada Dinastía 0). Las investigaciones arqueológicas efectuadas en las necrópolis de Abidos y Saqqara permiten pensar que las dinastías tinitas sentaron las bases de la monarquía de derecho divino y de una administración centralizada. Además, comenzaron a desarrollar los sistemas de irrigación, dando un nuevo valor a las tierras.

Imperio Antiguo (c. 2755-2255 a.C.)

El denominado Imperio Antiguo comprendió desde la III hasta la VI dinastías. La III Dinastía fue la primera que gobernó desde una nueva capital, Menfis, ciudad situada en el punto de unión entre el Alto y el Bajo Egipto. Este periodo estuvo marcado por la aparición de una arquitectura de carácter colosal, circunstancia que no es sino testimonio de una nueva situación. El sistema político evolucionó hacia una forma teocrática de gobierno, en el que los soberanos ejercían el poder de modo absoluto sobre un territorio sólidamente unificado. En este sentido, la religión desempeñó un papel fundamental, otorgando al faraón la consideración de dios en la Tierra.

El primer faraón de la III Dinastía y, por tanto, del Imperio Antiguo fue Sanajt (Nebka), cuyo padre, Jasejemui, había sido, a su vez, el último de la II. Sanajt fue sucedido por su hermano Zoser o Djoser (c. 2737-2717 a.C.), uno de los personajes más conocidos del periodo. Se piensa que fue con Zoser cuando Menfis se convirtió en la capital. Asimismo, durante su reinado, la arquitectura vivió su primer gran momento de esplendor. Vinculado a todo ello estuvo la figura de un personaje llamado Imhotep, arquitecto, jefe espiritual y ‘ministro’ de Zoser, que diseñó para su señor la pirámide escalonada de Saqqara, así como el complejo funerario de 15 hectáreas que la circunda. Fue la primera tumba regia de carácter monumental, cuya función sería preservar la inmortalidad del monarca.

Emblemáticos continuadores de la tradición iniciada por Zoser serían los titulares de la IV Dinastía, durante la cual se reafirmó el poder del soberano, encarnación de Horus y Osiris sobre la tierra, donde era el señor absoluto. El monarca ejercía su control sobre el país gracias a una creciente administración. El primer faraón de la IV Dinastía fue Snefru (c. 2680-2640 a.C.), paradigma del rey guerrero, pues dirigió campañas militares en Nubia, Libia y el Sinaí, y al que se atribuye la construcción, en Dahsur, de la primera pirámide egipcia no escalonada. El importante desarrollo del comercio y de la minería fue determinante para que Egipto viviera tiempos de prosperidad. A partir de Snefru, el monarca estuvo secundado en las tareas de gobierno por un visir. A Snefru le sucedió su hijo Keops (c. 2638-2613 a.C.), quien erigió la Gran Pirámide de Gizeh, monumento que, amén de dar fe del gran poder adquirido por los faraones, prueba de modo fehaciente el grado de complejidad que habrían alcanzado la administración y burocracia estatales. Los dos siguientes monarcas fueron sendos hijos de Keops: Redjedef (c. 2613-2603 a.C.), quien introdujo una divinidad asociada al elemento solar (Ra o Re) en el título real y en el panteón religioso; y Kefrén (c. 2603-2578 a.C.), quien dispuso la edificación de su complejo funerario en Gizeh, legando al futuro la segunda de las grandes pirámides de este lugar. La tercera, la menor, la levantaría su sucesor, también miembro de la IV Dinastía: Mikerinos (c. 2578-2553 a.C.).

Durante la IV Dinastía, la civilización egipcia alcanzó la cúspide de su desarrollo, que se mantendría durante la V y VI dinastías. Un esplendor que no solo se manifestaba en la arquitectura monumental, sino también en la escultura, la pintura, la navegación o la astronomía; así, por ejemplo, los astrónomos de Menfis establecieron un calendario de 365 días. Los médicos del Imperio Antiguo también mostraron un extraordinario conocimiento de fisiología, cirugía, del sistema circulatorio humano y del uso de antisépticos. Mientras, los navegantes egipcios exploraban el continente africano hasta la actual Somalia. La prosperidad del Imperio Antiguo se sostuvo en la explotación de las minas de Sinaí; en los intercambios comerciales con Fenicia, de donde provenía la madera del Líbano empleada en los sarcófagos; en las relaciones con Chipre y Creta; y en la dominación de Nubia, que abastecía de marfil y ébano.

Si bien es cierto que los faraones de la V Dinastía mantuvieron la prosperidad del reino gracias a la ampliación del comercio exterior y a las incursiones militares en Asia, también comenzaron a aparecer síntomas del declive de la autoridad real, como consecuencia de la mayor burocracia y del incremento del poder de administradores no pertenecientes a la realeza. El último titular de la V Dinastía, Unas (c. 2428-2407 a.C.), fue enterrado en una cámara funeraria de la pirámide de Saqqara en cuyas paredes se encuentran los denominados ‘Textos de las Pirámides’, inscripciones que aparecen también en las tumbas regias de la VI Dinastía y en las autobiográficas de funcionarios de la misma. Todas ellas atestiguan un evidente proceso de debilitamiento del poder faraónico. Alguna de estas fuentes refiere acerca de una conspiración contra el faraón Pepi I (c. 2395-2360 a.C.) en la que pudo estar implicada la propia esposa del soberano. Asimismo, se cree que durante los últimos años de reinado de Pepi II (c. 2350-2260 a.C.), el poder pudo ser ejercido de facto por su visir.

Factores determinantes del proceso de decadencia y hundimiento del Imperio Antiguo fueron la propia expansión territorial y el crecimiento económico, elementos que propiciaron la progresiva aparición de una oligarquía de altos funcionarios centrales pero también locales, cuya fuerza terminó por convertirse en una amenaza para los soberanos. En este sentido, los nomarcas reafirmaron su autonomía. Por otra parte, la preponderancia del dios solar, Ra, se impuso probablemente a finales de la V Dinastía, gracias a la influencia del clero de la ciudad de Heliópolis; en algún momento a partir de entonces, el faraón pasó a ser considerado hijo de Ra.

Primer periodo intermedio (c. 2255-2134 a.C.)

La VII Dinastía marcó el inicio del primer periodo intermedio de la historia del antiguo Egipto. Sometido a incursiones bélicas procedentes del exterior, la unidad territorial se desgajó, la autoridad se atomizó, apareció el hambre y las rebeliones se multiplicaron, de forma simultánea a la difusión del culto a Osiris, que parecía colmar las aspiraciones populares de inmortalidad.

A partir de la IX, varias dinastías cohabitaron e intentaron recuperar en torno a ellas la unidad del país. La IX y X dinastías controlaron dos terceras partes del territorio desde Heracleópolis, extendiendo su poder hacia el norte hasta Menfis (incluso hasta el delta) y hacia el sur, hasta Licópolis (actual Asiut). Por su parte, la XI Dinastía, al postre triunfante, radicó en Tebas, en el Alto Egipto, y dominó el espacio desde Abidos hasta Elefantina, cerca de Siene (hoy Asuán).

Imperio Medio (c. 2134-1784 a.C.)

El inicio del periodo de la historia del antiguo Egipto conocido como Imperio Medio se data en torno al año 2134 a.C., el de la entronización de la XI Dinastía, que convivió con la X. Los primeros faraones de la XI Dinastía afrontaron la reunificación territorial, intentando hacer efectiva en el norte y en el sur la autoridad que ejercían en su enclave tebano. Por este motivo, lo cierto es que el Imperio Medio comenzó cuando aquel proceso resultó completado, aproximadamente en el 2047 a.C.

La reunificación se produjo durante el reinado de Mentuhotep II (c. 2061-2010 a.C.), quinto representante de aquella XI Dinastía, el cual derrotó a los faraones de Heracleópolis, conquistó Licópolis y avanzó hasta ocupar todo el Medio y Bajo Egipto. En su proclamación como faraón, Mentuhotep II recibió el nuevo título de Nebhepetre (‘de todo el país’), aunque todavía tuvieron que transcurrir algunos años para que se alcanzara la completa pacificación. Mentuhotep II trasladó la capital a Tebas y el dios local de esta ciudad, Amón, comenzó a ver afirmada su primacía. Envió expediciones a Libia y a la península del Sinaí para combatir a pueblos nómadas invasores, y promovió las actividades comerciales y mineras en Nubia. Mentuhotep II ordenó erigir su complejo funerario en Dayr al-Bahari, en las afueras de Tebas.

Con la XII Dinastía, la capital se desplazó simbólicamente hacia el norte, cerca de Menfis. La pretensión de reforzar la unidad nacional se manifestó en el compromiso religioso entre los cleros tebanos y heliopolitano por el que Amón fue asociado a Ra, naciendo así 'el padre de los dioses, el hacedor del género humano, el creador del ganado, el señor de todo lo que es'. Intercesor entre Amón-Ra y los hombres, el faraón reforzó su poder reduciendo el de los gobernadores locales y asegurándose, en vida, la designación de su sucesor. Al mismo tiempo, la inmortalidad dejó de ser una condición privativa del soberano. El fundador de la XII Dinastía fue Amenemes I (c. 1991-1962 a.C.), el cual reorganizó la burocracia (formando un cuerpo de escribas y administradores), exigió la lealtad de los nomarcas y estableció la citada nueva capital. Durante los últimos diez años de su reinado, actuó como corregente su hijo y sucesor, Sesostris I (c. 1962-1928 a.C.), quien edificaría fortalezas por toda Nubia, establecería relaciones comerciales con el exterior, enviaría gobernadores a Palestina y Siria, y lucharía contra los libios en el oeste. Durante los reinados de Amenemes I y Sesostris I, Egipto vivió un periodo de intenso renacimiento intelectual y cultural, patente tanto en el desarrollo de variados géneros literarios y tratados científicos escritos sobre papiro, como en las manifestaciones artísticas, que revelan una extraordinaria delicadeza en su concepción. Sus sucesores fueron Amenemes II y Sesostris II. Durante el reinado de este último (c. 1895-1878 a.C.), se afrontó el proceso de saneamiento y acondicionamiento de la región de Fayum. Sesostris III (c. 1878-1843 a.C.) construyó un canal en la primera catarata del Nilo; constituyó un ejército permanente, que utilizó en su campaña contra los nubios; erigió nuevas fortalezas en la frontera meridional; y dividió administrativamente el país en tres unidades geográficas, cada una de ellas controlada por un alto funcionario supervisado por un visir. Amenemes III (c. 1842-1797 a.C.) concentró sus esfuerzos en la expansión económica: realizó grandes proyectos de irrigación y de recuperación de tierras, principalmente en el lago Moeris, en Fayum; impulsó la producción minera, y sus flotas comerciales navegaron por el mar Rojo y atravesaron el Mediterráneo hasta Chipre y Creta. Además, al final de su reinado, logró suprimir la amenaza que suponían los nobles locales.

Segundo periodo intermedio (c. 1784-1570 a.C.)

La unidad egipcia se vio de nuevo quebrantada como consecuencia de la invasión de su territorio por los hicsos, pueblo semita procedente, muy posiblemente, de Palestina y Siria, que tomaron Menfis y el Bajo Egipto y se establecieron en Avaris (probablemente, la antigua Tanis), en la frontera noreste del delta del Nilo. Los hicsos, sin duda, debieron aprovecharse del debilitamiento del poder faraónico durante la XIII y XIV dinastías, circunstancia a la que se sumaban sus mayores conocimientos bélicos (introdujeron en Egipto el caballo y el carro de guerra). Los soberanos hicsos de la que pasó a ser XV Dinastía adoptaron, sin embargo, las costumbres egipcias, adoraron a los dioses Set y Ra, y tomaron epónimos y protocolos de los faraones de Egipto.

Coetáneas de la XV Dinastía hicsa fueron la XVI Dinastía (que reinó en la zona central de Egipto) y la XVII Dinastía (que de forma más independiente ejerció desde Tebas su autoridad en la parte sur del país, dominando el territorio entre Elefantina y Abidos). Un soberano de esta última, el tebano Kames o Kamosis (c. 1576-1570 a.C.) luchó con éxito contra los hicsos, aunque fue su hermano Amosis I quien los derrotó finalmente, reunificando de nuevo Egipto.

Imperio Nuevo (c. 1570-1070 a.C.)

Amosis I (c. 1570-1546 a.C.) fue, por tanto, el fundador de la XVIII Dinastía, primera del Imperio Nuevo, cuya capital sería Tebas. Durante los cinco siglos de esta nueva etapa, Egipto conoció los momentos de mayor apogeo y fortaleza de su historia antigua.

Periodo Tutmosida

El sucesor de Amosis I, Amenofis I (o Amenhotep I, c. 1546-1524 a.C.; corregente desde 1551 a.C.), extendió los límites de Egipto hacia Nubia y Palestina. Por iniciativa suya, Karnak, en la orilla oriental del Nilo, comenzó a ser una de las ciudades paradigmáticas de la arquitectura monumental. Este faraón separó su tumba del templo funerario e instauró la costumbre de que el lugar de su último descanso permaneciera secreto. El siguiente faraón de la XVIII Dinastía fue Tutmosis I (c. 1524-1518 a.C.), quien destacó tanto por sus acciones militares (extendió sus dominios en Nubia y avanzó hasta el río Éufrates) como por sus realizaciones arquitectónicas (mandó construir en Karnak dos pilones, una sala hipóstila y dos obeliscos). Tutmosis I fue el primer faraón que se hizo enterrar en el Valle de los Reyes. Su línea de gobierno fue seguida por su hijo, Tutmosis II (c. 1518-1504 a.C.), el cual luchó contra tribus nubias rebeldes y contra los beduinos, y dispuso que se efectuaran mejoras en el Gran templo de Amón en Karnak. Al morir Tutmosis II, el trono fue ocupado por su hermana (era hija de Tutmosis I) y esposa, Hatshepsut, la cual privó del ejercicio real del poder a Tutmosis III, hijo de Tutmosis II y una concubina. Aunque el reinado de Tutmosis III comenzó nominalmente cerca del año 1504 a.C., su inicio efectivo no tuvo lugar hasta la muerte de Hatshepsut,(c. 1483 a.C.); se prolongó hasta c. 1450 a.C. y supuso un periodo de gran apogeo exterior, marcado por 17 victoriosas campañas militares que afirmaron la supremacía egipcia en Oriente Próximo. Tutmosis III infligió severas derrotas a Siria (cuyas fuerzas fueron aniquiladas en la llanura de Jezrael, perseguidas y nuevamente vencidas, en el 1479 a.C., en Meguido); al reino hurrita de Mitanni (al alentar este Estado mesopotámico revueltas en determinadas ciudades sirias y fenicias dominadas por Egipto, los ejércitos faraónicos invadieron su territorio, conquistaron varias de sus ciudades y extendieron el poder de Egipto en el norte de Palestina y Fenicia); sometió a Nubia y Sudán; y consiguió que le rindieran tributo Creta, Chipre, el poderoso reino anatolio de los hititas, Asiria y Babilonia, además de Mitanni.

Los inmediatos sucesores de Tutmosis III, Amenofis II (c. 1450-1419 a.C.) y Tutmosis IV (c. 1419-1386 a.C.), intentaron mantener las conquistas asiáticas frente a los intentos expansionistas de los reinos de Mitanni y de los hititas. El largo reinado de Amenofis III (c. 1386-1350 a.C.) fue un periodo de paz (posibilitado por el mantenimiento del equilibrio con los estados limítrofes gracias al hábil empleo de la diplomacia) y de florecimiento de la arquitectura (edificó el gran templo de Amón en Luxor).

Revolución religiosa de Ajnatón

En el siglo XIV a.C., Egipto proporcionó a la edad antigua uno de sus episodios más peculiares. Lo protagonizó Amenofis IV (c. 1350-1334 a.C.), hijo de Amenofis III. El nuevo faraón adoptó el culto a Atón, dios o disco solar con el que eventualmente se identificó y al que consideraba único creador del Universo (por ello, algunos autores le sitúan como precursor del monoteísmo). Una vez instituida la nueva religión, así como su clero, cambió su nombre regio por el de Ajnatón (‘Atón está satisfecho’) y trasladó la capital de Tebas a Ajtatón, una nueva ciudad dedicada a Atón en el actual emplazamiento de Tell el-Amarna (de ahí que esta etapa también sea conocida por el nombre de periodo amarniense o de Amarna). Ajnatón (que estuvo acompañado en su devoción a Atón por su esposa, Nefertiti) ordenó suprimir todos los signos y costumbres religiosas de sus predecesores y se enfrentó duramente a los sacerdotes que pretendieron mantener el culto a Amón. No obstante, esta revolución religiosa fue efímera, ya que desapareció con su creador; de hecho, su yerno y sucesor, Tut Anj Amón (c. 1334-1325 a.C.), restauró el culto a Amón y reintegró la capitalidad a Tebas. Pese a que poco más se sabe de Tut Anj Amón, es sin duda uno de los faraones más famosos; ello se deriva del descubrimiento en el Valle de los Reyes de su tumba, incólume y plena de tesoros, y de su propia momia. Fue este un hito de la egiptología protagonizado en 1922 por el arqueólogo británico Howard Carter y su mecenas, George Herbert, quinto conde de Carnarvon, que la supuesta maldición del faraón alimentó pronto de misterio.
Periodo Ramesida

Para contrarrestar la influencia de Tebas, los Ramesidas (once faraones de la XIX y XX dinastías) fundaron una segunda capital en el delta, cerca de Tanis. El fundador de la XIX dinastía, Ramsés I, reinó solo dos años (c. 1314-1312 a.C.). Le sucedió su hijo Seti I (1312-1298 a.C.; corregente junto a su padre desde el 1313 a.C.), quien intentó recuperar algunas de las posesiones sirias perdidas durante el final de la XVIII Dinastía, conquistó Palestina, defendió su frontera occidental frente a los libios y luchó contra los hititas. Egipto conoció luego un largo periodo de prosperidad con el hijo y sucesor de Seti I, Ramsés II (c. 1298-1235 a.C.), cuyo reinado supuso una de las cúspides del antiguo Egipto. Durante los primeros años en que estuvo al frente del reino, Ramsés II luchó para recuperar las tierras de África y del oeste de Asia Menor que Egipto había poseído durante los siglos XVI y XV a.C. Estas aspiraciones le hicieron enfrentarse a los hititas, contra los que mantuvo una larga guerra, cuyo principal combate fue la batalla de Qades (c. 1296 a.C.), librada en Siria y que Ramsés II consideró como un gran triunfo de las tropas egipcias sobre las del soberano hitita, Muwatalli. Sin embargo, todo parece indicar que el resultado de aquella contienda no fue determinante, pues solo el tratado firmado en torno al año 1283 a.C. fijó las fronteras de las tierras sirias en disputa, al tiempo que disponía el matrimonio entre Ramsés II y la hija del nuevo monarca hitita, Hatusili III. La segunda parte del reinado de Ramsés II estuvo caracterizada por la construcción de impresionantes monumentos, tales como el templo excavado en piedra de Abu Simbel, el llamado Ramesseum (su templo funerario, en Tebas) y la conclusión del gran vestíbulo hipóstilo del templo de Amón de Karnak.
Pese a solventarse el peligro hitita, Egipto no tardó en tener que defender su integridad territorial frente a nuevos invasores: los denominados por la historiografía pueblos del mar, provenientes de las costas de Asia Menor y de Grecia, de donde llegaban desplazados, a su vez, por otras invasiones de pueblos indoeuropeos y por la irrupción de los dorios en el mar Egeo. Meneptah, hijo de Ramsés II, rechazó a los pueblos del mar, como también lo haría Ramsés III (c. 1198-1176 a.C.), soberano perteneciente ya a la XX Dinastía, quien derrotó igualmente a los libios y cuyas victorias fueron representadas en su templo funerario de Madinat Habu, cerca de Luxor. El final del reinado de Ramsés III marcó el inicio de la decadencia del Imperio Nuevo; Egipto se vio a partir de entonces afectado por revueltas internas (propiciadas por el creciente poder de los sacerdotes de Amón y del ejército) y por el acoso exterior de Asiria y de los libios.

Tercer periodo intermedio y Baja Época (c. 1070-332 a.C.)

Hacia el 1070 a.C., la unidad egipcia se vio nuevamente vulnerada, dando lugar al inicio de una etapa que, en virtud de ello, es denominada ‘tercer periodo intermedio’. Esta fase comprendió desde la XXI hasta la XXIV dinastías. Los faraones que gobernaron desde Tanis, en el norte, rivalizaron con los sumos sacerdotes de Tebas, con los que parecían estar relacionados. Los soberanos de la XXI Dinastía puede que tuvieran antepasados libios, porque fueron jefes libios quienes dieron origen a la XXII Dinastía. Cuando los gobernadores libios entraron en un periodo de decadencia, varios rivales se alzaron en armas para conquistar el poder. De hecho, las XXIII y XXIV dinastías fueron coetáneas a la XXII, al igual que la XXV (cusita), la cual controló de forma efectiva la mayor parte de Egipto cuando aún gobernaban la XX y XXIV Dinastías, al final de su mandato.

Los faraones incluidos desde la XXV hasta la XXXI dinastías gobernaron Egipto durante lo que se conoce como Baja Época. Los cusitas gobernaron desde el 767 a.C. hasta ser derrotados por Asiria en el 671 a.C. Los soberanos egipcios se restablecieron con la XXVI Dinastía (o dinastía saíta), fundada por Samético I (664-610 a.C.). El resurgir de nuevos logros culturales, reminiscencia de épocas anteriores, alcanzó su plenitud con la XXVI Dinastía. Cuando el último faraón egipcio fue derrotado por Cambises II, en el 525 a.C., el país cayó bajo dominio de Persia durante la XXVII Dinastía (Aqueménida). Egipto reafirmó su independencia con las XXVIII y XXIX dinastías, pero la XXX Dinastía fue la última de soberanos egipcios. La XXXI Dinastía, que no se menciona en la cronología de Manetón, representó el periodo de la segunda dominación persa.

Épocas helenística, romana y bizantina (332 a.C.-642 d.C.)

Alejandro III el Magno, cuyas tropas ocuparon Egipto en el 332 a.C., liberó de la tutela persa al país, que quedó integrado en el mundo helenístico hasta el año 30 a.C. El soberano macedonio, que dejó Egipto en la primavera del 331 a.C., fundó Alejandría y supo ganarse el favor de la población al mantener las leyes y las tradiciones nacionales. Se aseguró sobre todo el apoyo de la clase sacerdotal, al acudir al templo de Amón y hacer reconocer su filiación divina. Al fallecer Alejandro Magno, en el 323 a.C., sus territorios pasaron a ser gobernados por sus generales. Uno de ellos, Tolomeo, quedó al mando de la satrapía de Egipto y Libia, en calidad de sátrapa (gobernador) del territorio. Sin embargo, en el 305 a.C., Tolomeo se proclamó rey, dando inicio a la dinastía Tolemaica o Lágida (así llamada por ser Tolomeo hijo de un macedonio llamado Lagos). A Tolomeo I Sóter (305-285 a.C.), le sucedieron en el trono egipcio Tolomeo II Filadelfo (285-246 a.C.) y Tolomeo III Evergetes (246-221 a.C.).

Egipto pasó a ser una provincia romana, situación que se prolongaría durante casi siete siglos (salvo un pequeño lapso, en el siglo III d.C., en que fue gobernado por la reina Septimia Zenobia de Palmira). Durante ese largo periodo, Egipto fue un territorio de vital importancia económica para el Imperio de Roma, especialmente por su función como suministrador de cereales, pero también por sus vidrios, metales y otros productos manufacturados; además, se convirtió en un punto clave del comercio de especias, perfumes, piedras preciosas y metales procedentes de los puertos del mar Rojo. La administración del Egipto romano dependía de un prefecto; con el tiempo, esta figura acumuló un gran poder, por lo que, en el siglo VI, el emperador bizantino Justiniano I le privó de sus prerrogativas militares y dispuso que fuera un comandante el que ejerciera la autoridad sobre el ejército.

Durante el periodo de dominación romana, Egipto vivió tiempos de relativa paz. Alejandría conservó la capitalidad que alcanzara en época de los Tolomeos y fue una de las grandes metrópolis del Imperio romano, centro de un próspero comercio con India, la península de Arabia y los territorios mediterráneos. La romanización no tuvo gran incidencia, al ser ya la egipcia una sociedad muy helenizada desde tiempos tolemaicos. Para entonces, la población incluía importantes minorías de judíos, griegos y de otras comunidades de Asia Menor. La lengua copta comenzó a desarrollarse de forma independiente de la egipcia, por la influencia griega y de otras lenguas semíticas. Al igual que los habitantes de otros pueblos dominados por Roma, los egipcios no alcanzaron la ciudadanía romana hasta el año 212, gracias al Edicto de Caracalla. Los emperadores romanos protegieron las tradiciones religiosas egipcias; culminaron y embellecieron templos comenzados bajo los Tolomeos y, al igual que los faraones, hicieron inscribir en ellos sus propios nombres. Por otra parte, los cultos egipcios de Isis y de Serapis se extendieron por todo el ámbito grecorromano. Sin embargo, Egipto tuvo una notable importancia, a través del monacato, en la difusión del primer cristianismo.

Tras la división del Imperio romano, en el 395 d.C., Egipto pasó a formar parte del Imperio bizantino. El patriarca de Alejandría adquirió una gran fuerza en el seno de la Iglesia cristiana y gozó del apoyo papal frente a su rival de Constantinopla. San Cirilo, patriarca de Alejandría entre el 412 y el 444, obtuvo la condena, por herético, del nestorianismo, defendido por el patriarca de Constantinopla, Nestorio. Sin embargo, el poder del patriarcado alejandrino llegó a ser incluso amenazador para el propio Papado. El sucesor de Cirilo, Dióscoro, que defendió el monofisismo, fue depuesto tras el Concilio de Calcedonia (451). Al ser condenadas por Constantinopla, las tesis monofisitas fueron desde entonces adoptadas de forma masiva por los cristianos de Egipto. Durante los dos siglos siguientes, la Iglesia copta fue víctima de persecuciones impulsadas por el poder bizantino.

Durante el siglo VII, el Imperio bizantino sufrió el desafío de la Persia de los Sasánidas, que invadió Egipto en el 616. Pese a que fueron rechazados y expulsados en el 628, poco después, en el 642, Egipto cayó bajo el dominio del califato musulmán de Umar I. El proceso de expansión del islam supuso la llegada de una nueva religión y dio paso a una nueva etapa de la historia egipcia.

GRECIA


PRIMEROS TIEMPOS

Las huellas más antiguas de ocupación humana en Grecia se remontan al paleolítico. Puede decirse que, en torno al 4000 a.C., aparecieron los indicadores neolíticos: las comunidades adquirieron hábitos sedentarios, desarrollaron la agricultura, aumentaron en número y ocuparon un espacio más extenso; diferentes vestigios (particularmente, la obsidiana de la isla de Milo) atestiguan la existencia de relaciones marítimas con el archipiélago de las Cícladas.

LA EDAD DEL BRONCE: LA CIVILIZACIÓN DEL EGEO

Diversas civilizaciones de notable importancia se desarrollaron en el ámbito del mar Egeo durante la edad del bronce. La historiografía incluso ha utilizado el término civilización del Egeo para hacer referencia al conjunto cultural del que la cuenca de este mar fue escenario desde aproximadamente el IV milenio hasta el 1200 antes de Cristo.

La civilización minoica

En la isla de Creta, la civilización minoica se originó aproximadamente en el 2600 a.C., alcanzó su momento de máximo apogeo en el periodo 2000-1450 a.C. y desapareció hacia el 1200 a.C. Se desarrolló en el marco de los palacios y sus principales centros fueron Cnosos, Festo, Malia y Zákros. Los soberanos de Cnosos tuvieron su mayor poder hacia el 1600 a.C., controlaron toda la zona del Egeo y comerciaron con Egipto. Esta floreciente cultura estableció un complejo sistema de pesos y medidas, así como varios sistemas de escritura lineal (lineal A y lineal B). La destrucción de Cnosos y el ocaso minoico fueron coetáneos del periodo de esplendor, en el bronce final, de otra de esas civilizaciones del Egeo que posteriormente se mencionará, la micénica.

La cultura cicládica

La cultura cicládica floreció en las islas Cícladas aproximadamente desde el 3200 hasta el 1500 a.C. Los habitantes de sus fortificados poblados practicaban la agricultura, la ganadería, la pesca y el comercio marítimo (de esto último dan indicios la presencia de objetos cicládicos en Creta, Ática, el Peloponeso y Asia Menor; así como las representaciones de barcos en la cerámica, o el descubrimiento de maquetas de piedra o cueros ilustrados con técnicas de construcción naval). Debió de tratarse de una sociedad fuertemente jerarquizada, con cúspide en una significada casta aristocrática. Tecnológicamente, se les atribuye la expansión de la metalurgia. Tras haber dominado el Egeo durante aproximadamente 1.300 años, entraron en decadencia en torno al 1500 a.C., y el desarrollo independiente de estas pequeñas islas quedó superado por la cada vez mayor influencia minoica.

La civilización heládica

En el Peloponeso, la civilización heládica (c. 2500-1100 a. C.) coincidió con una etapa de crecimiento demográfico y se caracterizó, sobre todo, por la aparición de nuevos ritos funerarios, probablemente por la influencia de un pueblo de reciente implantación en aquel espacio: los helenos.

Migraciones indoeuropeas

A finales del III milenio a.C., había comenzado un periodo de lentas migraciones de pueblos de lengua indoeuropea procedentes de las regiones danubianas. Practicaban la agricultura y la ganadería, utilizaban caballos e introdujeron el empleo de instrumentos y de armas de cobre o de bronce, así como de una cerámica particular que lleva el nombre de ‘minyenne’. Entre el 2000 y el 1600 a.C., tres fueron los principales y sucesivos grupos de esos pueblos: los jonios, que ocuparon el Ática y las Cícladas; los eolios, que se establecieron en Tesalia; y los aqueos (el grupo más importante), en el Peloponeso.

La civilización micénica

En la última fase de la edad del bronce (c. 1600-1200 a.C.), los aqueos dieron paso a la civilización micénica, que debe su nombre a la ciudad reino de Micenas, cuyos numerosos vestigios arqueológicos fueron descubiertos por el alemán Heinrich Schliemann en el siglo XIX. Los micénicos, que ocuparon el Peloponeso, Beocia, Ática y Creta después del misterioso hundimiento de la civilización minoica, aparecen relacionados con la fundación de diferentes reinos, como Tirinto o Pilos, organizados en el marco de palacios y fortalezas, y gobernados por un rey, que se encontraba en la cúspide de una sociedad fuertemente jerarquizada. Una poderosa clase sacerdotal estuvo al servicio de un complejo sistema religioso que incluía la creencia en numerosas divinidades, tales como Zeus, Hera, Poseidón, Ártemis o Hermes. Las tumbas micénicas, que a menudo ocultaban verdaderos tesoros, han dado cumplido testimonio de la vitalidad y de la riqueza que esta civilización debió alcanzar.
Si bien los micénicos fueron comerciantes, también se dedicaron a la piratería y estuvieron muy ligados a la actividad bélica y guerrera. De hecho, como ya se refirió anteriormente, los micénicos debieron estar relacionados con la desaparición de la civilización minoica y, si se toma a Homero y su Iliada como fuente, estuvieron involucrados en la guerra de Troya, que culminó con la destrucción de dicha ciudad.

Nuevas oleadas migratorias

La destrucción de las ciudades y palacios micénicos, y la desaparición, a finales del siglo XII a.C., de su civilización fueron explicadas tradicionalmente a partir de un único hecho coadyuvante: una última oleada indoeuropea, la protagonizada por el pueblo dorio. Sin embargo, otras causas debieron influir en el devenir de aquellos acontecimientos, tales como trastornos sociales que debilitaron a las clases dirigentes o cambios climáticos que tuvieron nefastas consecuencias en la agricultura. Todos los factores citados no son excluyentes, y parece probable que el final de la civilización micénica fuera el colofón de la acción conjunta de varios de aquellos.

LA EDAD OSCURA

Entre el hundimiento micénico y la emergencia de las ciudades-estado (la que sería nueva forma de organización política), transcurrieron casi cuatro siglos sobre los que poco se sabe, hasta el punto de ser llamados edad o época ‘oscura’ por los historiadores.
En el siglo XI a.C., surgieron importantes innovaciones culturales en distintos campos, como la fabricación de cerámica con decoración geométrica y la utilización del hierro en sustitución del bronce. Estos elementos fueron atribuidos durante mucho tiempo a los dorios, al ser concomitantes con su llegada; sin embargo, no existen pruebas determinantes que vinculen ambos hechos. Esta época estuvo también marcada por importantes movimientos migratorios; así, grupos griegos, probablemente empujados por las invasiones, emigraron para establecerse en las islas del mar Egeo y a lo largo de las costas asiáticas. Beocia, Tesalia, Asia Menor y la isla de Lesbos fueron ocupados por los eolios; los dorios se concentraron en el istmo de Corinto, en el Peloponeso, en Creta y en Rodas; por último, los jonios se instalaron en Ática, Eubea y las Cícladas.

El curso de los siglos IX y VIII a.C. (periodo que es conocido gracias a Homero y Hesíodo) preludia algunas de las características del subsiguiente periodo histórico de la antigua Grecia, el arcaico. Así, de forma paralela al redescubrimiento de la escritura y el renacimiento de la vida religiosa, surgieron nuevas estructuras sociales, políticas y mentales. Fue entonces cuando se hicieron presentes pequeñas unidades territoriales dirigidas por un basileus o rey, que poseía las tierras más ricas, y una serie de clases sociales que incluía desde los notables y principales del soberano a los esclavos, excluidos de toda participación en la vida política y en el ejército; así como un sistema de valores, fundado en los principios de la hospitalidad y el valor, que se convirtió en distintivo de identidad de una cultura griega común.

Entre los siglos VIII y VII a.C., Mesenia, en el suroeste del Peloponeso, fue invadida por Esparta, que progresivamente se instaló en toda la región.

PERIODO ARCAICO

El progresivo proceso colonizador extendió los límites del mundo griego a la península Ibérica, el sur de la Itálica (la llamada Magna Grecia), Tracia, la península Calcídica, la costa africana (en Egipto), Asia Menor y el Ponto Euxino (mar Negro).

El nacimiento de la ciudad

Otros importantes procesos de transformación, en los órdenes social y político, estaban teniendo lugar de forma simultánea a las colonizaciones. No existe acuerdo unánime entre los historiadores acerca del momento de aparición de las primeras ciudades, pero lo que sí es seguro es que ya existían en el siglo VIII a.C. El término polis (‘ciudad’) servía para designar a una comunidad independiente y dotada de sus propias instituciones que vivía sobre un territorio en el que había un espacio rural con pueblos y otro urbanizado en mayor o menor grado. Sin embargo, no todas las zonas griegas alcanzaron al mismo tiempo este estadio de desarrollo, siendo la costa de Jonia el ámbito en el que antes se logró. La organización social de la ciudad reposaba esencialmente en la existencia de hoplitas (ciudadanos-soldados).

La evolución política y social de las ciudades griegas durante el periodo arcaico es aún mal conocida. Las monarquías serían progresivamente reemplazadas, entre los siglos XI y VII a.C., por oligarquías. De este modo, el poder pasó a los jefes de las grandes familias que poseían la tierra y, por consiguiente, la riqueza y las armas. Entre ellos escogían a magistrados temporales, que eran denominados arcontes en Atenas y éforos en Esparta.

En los siglos VII y VI a.C., la aristocracia dominante tuvo que hacer frente a graves disturbios derivados de los problemas económicos y sociales que el modelo vigente generaba; estos eran, principalmente, el notable incremento de los campesinos sin tierra y el descontento de una clase mercantil nacida como consecuencia de la colonización y que reclamaba derechos políticos. Ciertas ciudades, como Atenas, remitieron la solución de estos conflictos a legisladores (como Solón y Dracón), mientras que otras recurrieron a la acción de aristócratas locales, a menudo jefes militares, que recibieron el nombre de tiranos.

Las tiranías

Si bien es cierto que su extracción era aristócrata, los tiranos gobernaron sin tener en cuenta a los individuos de su mismo origen (incluso a veces, contra ellos). Algunos se revelaron como hábiles dirigentes y fortalecieron su ciudad; un ejemplo de esto último fue Polícrates, tirano de Samos en el periodo 535-522 a.C. Pero, en cualquier caso, los regímenes tiránicos no pudieron resistir a la voluntad de los individuos de obtener auténticas responsabilidades políticas y convertirse, realmente, en ciudadanos.
El periodo de las tiranías (c. 650-500 a.C.) se caracterizó por ser una época de notable vitalidad cultural y económica. Los intercambios comerciales, en particular por vía marítima, se multiplicaron, y el uso de moneda se tornó esencial. El desarrollo de actividades culturales comunes en el conjunto de todas las ciudades griegas fue, junto a la lengua y la religión, uno de los principales factores de cohesión en una antigua Grecia caracterizada, en lo político, por la desmembración. En este sentido, cabe mencionar la importancia de los juegos impulsados en diversas ciudades: los panhelénicos u olímpicos (organizados en Olimpia desde el 776 a.C.), los píticos (promovidos en Delfos), los nemeos (en Nemea) y los ístmicos (en el istmo de Corinto). Estos eventos contribuyeron de forma decisiva a que los antiguos griegos adquirieran conciencia de su adscripción a una misma civilización.

Emergencia de Atenas

Convertida, junto con Esparta, en una de las principales ciudades-estado griegas entre los siglos VIII y VI a.C., Atenas vivió una original y peculiar evolución política e institucional. La monarquía hereditaria fue abolida en el 683 a.C. por y en favor de los eupátridas, clase aristocrática originada de la poderosa oligarquía terrateniente que conservaría el poder hasta mediado el siglo VI a.C. Los eupátridas eran la única fuente de derecho y podían llegar a ser arcontes, magistrados responsables de la dirección de los asuntos bélicos, religiosos y legislativos, elegidos anualmente por el Areópago, el consejo de notables cuyos miembros, además de esta capacidad electiva de los arcontes, representaban la máxima instancia judicial.

El descontento con este sistema era generalizado, y el intento de tiranía de Cilón (632 a.C.) pretendió, sin éxito, acabar con él. En el 621 a.C., el arconte Dracón, en ese contexto de profunda y continuada agitación social, codificó la legislación ateniense; las severas leyes draconianas limitaron la capacidad judicial de los areopagitas, pero no pudieron resolver otro de los grandes motivos de malestar de la sociedad ateniense: la crisis económica.

El segundo golpe para los intereses de los eupátridas fue protagonizado por el legislador Solón, elegido arconte en el 594 a.C., después de que una grave crisis agraria condujera a la esclavitud a muchos campesinos libres que no pudieron hacer frente a sus deudas. Solón prohibió los préstamos realizados bajo el aval de la libertad del deudor; canceló todas las hipotecas y deudas; e impulsó el comercio y los oficios liberales. La reforma legislativa y constitucional que le es atribuida reemplazaba el privilegio de nacimiento por el mérito de la fortuna para acceder a las magistraturas y cargos públicos. La sociedad quedó dividida en cuatro clases, atendiendo al criterio de riqueza, cada una de las cuales tenía que asumir ciertas obligaciones (lo que suponía la asunción del concepto de responsabilidad del ciudadano). La última de esas clases creada por sus leyes era la de los thetes (aquellos que no tenían propiedades), quienes no podían acceder a las magistraturas y cargos políticos pero sí participar en la Asamblea popular (Ekklesia). Otras instituciones de nuevo cuño fueron el Consejo de los Cuatrocientos (que realmente supuso una nueva Bulé), con iniciativa legislativa; y el tribunal popular de los heliastas (así llamados por reunirse en la plaza Heliea al salir el Sol). Las reformas de Solón introdujeron los fermentos de la democracia en la vida ateniense.

En el 560 a.C., Pisístrato, apoyado por el pueblo, se hizo con el poder en Atenas y se convirtió en tirano. Su gobierno (hasta el 527 a.C.), en el que le sucederían luego sus hijos, Hipias e Hiparco, supuso un periodo de gran prosperidad para la ciudad. Sin embargo, el régimen de los Pisistrátidas, que terminó por ser considerado despótico, finalizó de modo violento; Hiparco fue asesinado en el 514 a.C., e Hipias tuvo que exiliarse tras ser apartado del poder por una insurrección popular en el 510 a.C. El poder ateniense regresó entonces a manos de la oligarquía.

Sin embargo, a partir del 510 a.C., el legislador Clístenes, miembro de una familia aristocrática (los Alcmeónidas), adoptó una serie de medidas que reconstruyeron profundamente el sistema político ateniense. Pese a la hostilidad de la aristocracia, pero con el apoyo de la facción democrática, Clístenes amplió el número de las tribus de Atenas (las cuatro existentes se fundamentaban en las relaciones familiares y constituían el pilar de la aristocracia). Las 10 nuevas tribus no estaban basadas en el criterio gentilicio, sino que reflejaban la división geográfica de la sociedad y representaban a otras tantas regiones del Ática; esta transformación introdujo un mayor grado de igualdad entre los ciudadanos ya que, a partir de entonces, la participación en la vida pública y el acceso a la misma pasaron a depender del lugar de residencia y no de la fortuna (cada tribu enviaría 50 representantes a la Bulé, que se convirtió así en Consejo de los Quinientos). Además, dispuso salvaguardias para eludir nuevos gobiernos tiránicos; en particular, la figura del ostracismo, medida jurídica que, previa aprobación por mayoría simple, permitiría el destierro por diez años de aquel ciudadano que fuera considerado peligroso para el bienestar público. En virtud de todo ello, se considera que Clístenes sentó las bases institucionales y los principios de la democracia, siendo en ocasiones calificado de ‘padre’ de la misma. Esta evolución política estuvo acompañada de la bonanza económica y la apertura cultural.

PERIODO CLÁSICO

Desde la mitad del siglo VI a.C., la emergencia de Persia con la dinastía Aqueménida constituyó una seria amenaza para la estabilidad, expansión y prosperidad del mundo helénico. A partir del 546 a.C., año en que Ciro II el Grande derrotó a Creso, rey de Lidia, los persas atacaron las ciudades jonias y sometieron toda la Grecia asiática y las islas costeras, a excepción de la isla de Samos.

Las Guerras Médicas

En las llamadas Guerras Médicas, desarrolladas en el siglo V a.C., las ciudades griegas lucharon unidas contra el enemigo común que constituía el Imperio persa. En el 499 a.C., los jonios, liderados por el tirano de Mileto, Aristágoras, y ayudados por Atenas y la ciudad eubea de Eretria, se sublevaron contra Persia. Aunque la rebelión de Jonia triunfó en un primer momento, finalmente fue derrotada en el 494 a.C. por Darío I el Grande, quien saqueó Mileto y restableció su control absoluto sobre la región. En el 490 a.C., el rey persa envió una gran expedición para castigar a los atenienses por su participación en el levantamiento, pero sus ejércitos fueron vencidos el 13 de septiembre de ese año en la batalla de Maratón por las fuerzas griegas, que comandó el general ateniense Milcíades el Joven.
Atenas, siguiendo la estrategia de su dirigente Temístocles, decidió emplear la riqueza de la ciudad en construir una poderosa flota de trirremes y en desarrollar el puerto de El Pireo. Pero la amenaza persistía y los ataques persas fueron reanudados por el hijo de Darío I, Jerjes I, el cual, en el 480 a.C., marchó con sus ejércitos sobre Tracia, Tesalia y Lócrida. Los persas se vieron detenidos momentáneamente en el paso de las Termópilas, defendido por el soberano espartano Leónidas I; el sacrificio de este (murió junto a sus 300 hombres) otorgó un valioso tiempo a los griegos, que pudieron reorganizar sus fuerzas. Aunque Jerjes I reanudó la marcha, continuando hacia el Ática y quemando Atenas, que había sido abandonada, su flota sufrió una grave derrota en la batalla de Salamina (29 de septiembre del 480 a.C.) ante los barcos de guerra griegos comandados por Temístocles y por el espartano Euribíades. Jerjes I se retiró a Asia Menor y dejó a Mardonio al mando de las tropas persas que permanecieron en Grecia. Este fue vencido y muerto en la batalla de Platea (479 a.C.) por las fuerzas griegas, al frente de las cuales estuvo el general espartano Pausanias y el ateniense Arístides el Justo.

La última tentativa persa contra Grecia resultó igualmente fallida, al ser desbaratada cerca del río Eurimedonte (ahora Köprü, en Turquía), por el general ateniense Cimón en el 468 a.C. En el 449 a.C., se acordó la que fue denominada Paz de Calias, así llamada por el nombre del político ateniense que la promovió y negoció con el soberano persa Artajerjes I. Finalizaban así las Guerras Médicas; Persia dejaba de representar una amenaza para los griegos al renunciar a sus pretensiones en el mar Egeo, mientras que Atenas, que quedaba como potencia hegemónica en este espacio geográfico, se comprometía a no inmiscuirse en los territorios persas de Asia Menor, Chipre o Egipto.

Apogeo y hegemonía de Atenas

Vencedora indiscutible de Persia, la ciudad-estado de Atenas obtuvo un inmenso prestigio como consecuencia de las Guerras Médicas y se convirtió en la entidad más determinante del ámbito egeo. La batalla de Salamina había demostrado la vital importancia de las fuerzas navales; el ejército de Esparta, hasta entonces la principal potencia militar de Grecia, perdió su supremacía ante el creciente empuje de la flota ateniense.


En el 478 a.C., un gran número de ciudades griegas se habían unido en torno a la Confederación o Liga de Delos, alianza militar destinada a constituir una estructura de solidaridad mutua permanente frente a futuros ataques persas. Su base radicaba en la isla de Delos y sus miembros (llegaron a ser más de 200) contribuían, en proporción a sus recursos, con un determinado número de embarcaciones y hombres. Pero poco a poco, los integrantes de la Liga de Delos fueron sustituyendo tales aportaciones materiales y humanas por pagos económicos. Estos adquirieron prácticamente la esencia de un tributo a Atenas, de modo que, lo surgido como iniciativa entre iguales degeneró en cierta suerte de ‘imperialismo’ generador de relaciones de ‘vasallaje’ hacia Atenas, que consolidó su poder en torno a ellas. En el 454 a.C., el tesoro de la Liga fue trasladado desde el templo de Apolo en Delos a Atenas, que dio carácter de obligatoriedad tanto a la pertenencia a la confederación como al pago de tributos.


Se abrió entonces un periodo de pleno dominio político, cultural y artístico de Atenas, que alcanzó su momento álgido con Pericles, quien, desde su cargo de estratega (magistratura para la que fue elegido cada año por los atenienses desde el 443 a.C.), reforzó las instituciones democráticas de una ciudad que, gracias al flujo tributario de la Liga, fue embellecida y dotada de nuevos monumentos (la mayor parte de los edificios de la Acrópolis data de esta época). El siglo V a.C., el así llamado Siglo de Pericles, supuso también la Edad de Oro de Atenas en los marcos cultural y artístico (con autores como Esquilo, Sófocles y Eurípides; filósofos como Sócrates y Platón; historiadores como Tucídides y Heródoto, y escultores como Fidias) y económico (El Pireo pasó a ser el núcleo clave del comercio mediterráneo).

La guerra del Peloponeso y el dominio de Esparta

Sin embargo, la política hegemónica de Atenas devino finalmente en su propio perjuicio. Como ya se ha referido, la Liga de Delos, fundacionalmente una confederación de aliados, terminó por forjar un imperio ateniense no igualitario en el que las ciudades que decidían separarse o rebelarse contra él eran duramente castigadas; así les sucedió a Naxos (470 a.C.), Thásos (465 a.C.), Beocia (447 a.C.), Megara (446 a.C.), Eubea (445 a.C.) y Samos (439 a.C.). Esparta, celosa de la prosperidad de Atenas y deseosa de recobrar su prestigio, supo sacar provecho de la situación. Dado que, a su vez, lideraba una confederación formada por ciudades del Peloponeso en el 550 a.C., Esparta disponía de los medios para enfrentarse a Atenas. Sin embargo, la guerra se retrasó como consecuencia de la firma de una tregua de treinta años firmada en el 446 a.C. Las hostilidades se desataron en el 431 a.C., y el pretexto fue el apoyo prestado por Atenas a Corcyra (hoy Corfú) durante la disputa que esta mantenía con Corinto, aliada de Esparta. La que fue conocida como guerra del Peloponeso enfrentó a ambas confederaciones hasta el 404 a.C. y finalizó con la capitulación de Atenas y la rendición de su flota, lo que otorgó la supremacía a Esparta.

Finalizada la guerra, Esparta favoreció al partido aristocrático ateniense, lo que se tradujo en la instauración del denominado gobierno de los Treinta Tiranos, en Atenas, y de otros similares en diversas ciudades griegas. El dominio espartano sobre el mundo helénico se reveló pronto más severo y opresivo que lo fuera el ateniense. En el 403 a.C., Atenas, liderada por Trasíbulo, expulsó de la ciudad a la guarnición espartana que sostenía a la oligarquía, y la democracia y la independencia fueron restauradas. Esparta se vio igualmente desafiada por otras ciudades griegas que se rebelaron regularmente contra su hegemonía.

Luchas por la hegemonía

En torno al año 400 a.C., tropas espartanas se desplazaron a Asia Menor, donde Persia había iniciado acciones beligerantes. Pese a que la contraofensiva obtuvo éxito, las tropas espartanas de Agesilao II se vieron obligadas a regresar en el 395 a.C. para hacer frente a las hostilidades abiertas por una coalición integrada por Argos, Atenas, Corinto y Tebas. Se iniciaron así las Guerras Corintias, algunos de cuyos momentos de mayor trascendencia fueron la victoria de la flota aliada, dirigida por el ateniense Conón, sobre la espartana en la batalla de Cnido (394 a.C.); la derrota de atenienses y tebanos en la batalla de Coronea (librada también en el 394 a.C.); y la Paz de Antálcidas (386 a.C.). Esta última toma su nombre del lacedemonio Antálcidas, quien logró el triunfo en las batallas del Helesponto, como consecuencia de lo cual los atenienses fueron expulsados del mar Egeo. Previamente, Antálcidas había logrado el apoyo de Persia gracias a una serie de acuerdos con Artajerjes II que garantizaron la supremacía persa sobre las ciudades griegas de Asia Menor y la autonomía de las ciudades-estado de Grecia.

Pese a la paz acordada, Esparta invadió Tebas en el 382 a.C. y estableció un régimen oligárquico. Dirigidos por el general Pelópidas y apoyados por Atenas, los tebanos se rebelaron en el 379 a.C., consiguiendo expulsar a los espartanos y restablecer la democracia. La guerra entre Esparta y la alianza Atenas-Tebas se prolongaría hasta el decisivo desenlace de la batalla de Leuctra (371 a.C.), una rotunda victoria del general tebano Epaminondas que marcó, por un lado, el fin del dominio de Esparta y la decadencia de su fuerza militar, y, por otro, el inicio de un periodo de supremacía de Tebas. Atenas no aceptó desde luego someterse a la nueva situación y, en el 369 a.C., se alió con su antigua enemiga, Esparta. La batalla de Mantinea (362 a.C.), en cuyo transcurso murió Epaminondas, marcó el fin de la efímera hegemonía tebana.

PERIODO HELENÍSTICO

Toda esta serie de conflictos entre las ciudades griegas terminó por producir un efecto debilitador en todas ellas, allanando el camino para que nuevas fuerzas aparecieran en escena de forma decisiva. Tal ocurrió con Macedonia.

Apogeo y hegemonía de Macedonia

Situada en el norte de Tesalia, la próspera monarquía centralizada de Macedonia estuvo regida desde el 359 a.C. por Filipo II. Aprovechando los conflictos existentes entre las distintas ciudades y valiéndose de un poderoso aparato militar que se fundamentaba en el sistema de falanges tebanas, Macedonia fue poco a poco afianzando su hegemonía. Tras apoderarse de la Grecia central y de Tracia, Filipo II se propuso extender su dominio a la totalidad de la península. La principal oposición a sus fines provino de Atenas y estuvo dirigida por Demóstenes. Pese a que, en el 341 a.C., Atenas, Eubea, Tebas, Corinto y Megara se coligaron, sus fuerzas fueron severamente derrotadas en la batalla de Queronea (338 a.C.) por Macedonia, que vio así reconocida su supremacía. A partir del 337 a.C., la Liga de Corinto aglutinó a las principales ciudades griegas para preparar y afrontar las campañas militares que el monarca macedonio se disponía a efectuar en Asia. Al ser asesinado Filipo II, en el 336 a.C., Alejandro III el Magno heredó el trono de su padre.

El imperio de Alejandro Magno y su herencia

A partir del 334 a.C., Alejandro Magno continuó la política de expansión de su padre y se lanzó a la conquista de Persia. Solo diez años después, su inmenso imperio se extendía desde el Adriático hasta el Indo. Símbolos de la nueva época fueron centros de la cultura tales como Alejandría y Pérgamo. En el contexto religioso, la interacción entre la religión griega y los cultos orientales originó un significado proceso de sincretismo espiritual.
Al morir Alejandro Magno, en el 323 a.C., su imperio territorial fue sometido a un proceso de división entre sus generales, los llamados diádocos (‘sucesores’), que dieron lugar al nacimiento de dinastías reinantes en sus respectivos espacios de influencia. Tres fueron las más importantes: la Tolemaica en Egipto, la de los Seléucidas en Oriente Próximo y la Antigónida en Macedonia. Las ciudades griegas intentaron aprovechar las divisiones entre los reyes macedonios para recobrar su independencia. Pero las propias disensiones intestinas existentes en las plataformas que lo podrían haber propiciado (la Liga Etolia o la Liga Aquea) motivaron que el dominio macedonio se prolongara hasta la conquista romana.

DOMINACIÓN ROMANA

En el 215 a.C., la República de Roma comenzó a penetrar en los Balcanes y a inmiscuirse en los asuntos griegos. Filipo V, rey de Macedonia (221-179 a.C.), se alió con Cartago, pero los romanos, apoyados por la Liga Etolia, vencieron a las tropas macedonias en el 205 a.C. y se establecieron sólidamente en Grecia. Roma, con el sostén que le proporcionaban ambas ligas griegas, derrotó de nuevo a Filipo V en la batalla de Cinoscéfalos (197 a.C.). El hijo y sucesor de Filipo V, Perseo, prolongó la lucha de su progenitor para salvaguardar la independencia de su reino frente a las tropas romanas, que lograron una decisiva victoria en la batalla de Pidna (168 a.C.). Macedonia, sojuzgada, debió concluir la paz y, en el 148 a.C., se convirtió en provincia romana. El último intento de resistencia griega (149-146 a.C.) estuvo protagonizado por la Liga Aquea, pero la revuelta concluyó con la conquista y destrucción de Corinto por los romanos, con la disolución de las ligas y con la integración del conjunto de Grecia en la referida provincia de Macedonia. Roma había reconocido la autonomía de las ciudades griegas con ocasión de los juegos ístmicos del 196 a.C. (al año siguiente, por tanto, de que la batalla de Cinoscéfalos pusiera fin a la segunda Guerra Macedónica). Pese a ello, el protectorado romano establecido sobre Grecia cercenaba notablemente la teórica soberanía de sus diversas entidades políticas, al prohibir toda forma de alianza en el marco de confederaciones o ligas. La dominación romana se tradujo para Grecia en la ocupación militar y en el pago de tributos.

La expansión romana prosiguió. En el 133 a.C., el reino de Pérgamo fue anexionado para convertirse, poco después, en la provincia de Asia. Más tarde, Cneo Pompeyo Magno conquistó el reino de la dinástía Seléucida, que pasó a ser la provincia de Siria (64 a.C.). Por último, en el 30 a.C., el Egipto de la dinastía Tolemaica se sumó igualmente a los ya vastos territorios bajo control romano.

El conjunto del mundo helenístico había sido sometido por Roma. En el 88 a.C., Mitrídates VI Eupátor, rey del Ponto, acometió una campaña para liberar Asia Menor y Grecia del dominio romano. Fue apoyado por numerosas ciudades griegas que esperaban reconquistar su independencia. Pero esta rebelión fue sofocada, dos años después, por las legiones de Lucio Cornelio Sila. Al final del conflicto, Grecia central quedó completamente arruinada.

A pesar de estas tentativas de rebelión, de los repetidos ataques de piratas (78-66 a.C.) y de las guerras civiles romanas (en suelo griego se libró, por ejemplo, la batalla de Farsalia, en el 48 a.C.), los siglos II y I a.C. supusieron cierta expansión económica, gracias primordialmente al desarrollo del comercio marítimo, como fue el caso de Rodas. Para las ciudades griegas, la ocupación romana tuvo como consecuencia el fin de la democracia y la llegada al poder de las oligarquías (así ocurrió en Atenas, por ejemplo, a partir de 102-101 a.C.).

Reorganizada por el emperador Augusto en el 22 a.C., gran parte de Grecia pasó a integrarse en la provincia de Aquea, administrada por el procónsul de Corinto; Macedonia quedó unida a Tesalia, mientras que el Epiro fue confiado a un procurador. Los efectos de la pax romana dejaron de sentirse notablemente en Grecia, auténtico modelo intelectual y artístico para el Imperio romano. Emperadores como Adriano (117-138) o Marco Aurelio (161-180) estuvieron particularmente influidos por la cultura griega y vinculados al intento de promover su renacimiento y de devolver a Atenas su esplendor clásico. Esfuerzos que resultaron insuficientes, pues la vieja ciudad sufrió, desde finales del siglo II, la creciente competencia de las ciudades de Asia Menor. La invasión de Grecia por los godos en los años 267-268 (Atenas fue conquistada; Argos, Corinto y Esparta, prácticamente destruidas); el avance del cristianismo; el ocaso del helenismo; la suspensión de los juegos olímpicos en el 394, por su simbología pagana... Todos ellos resultaron hitos significativos, factores explicativos del ocaso de una época. El mundo antiguo llegaba a su fin en Grecia. Tras la división del Imperio romano en el 395, Grecia quedó encuadrada en su nueva entidad oriental: el Imperio bizantino.

Para otros aspectos relacionados con la antigua Grecia, véanse los artículos Arte y arquitectura de Grecia, Filosofía griega, Lengua griega, Literatura griega y Mitología griega.