viernes, 26 de junio de 2009

EXPANSION DEL ISLAM


Expansión del Islam, rápida difusión de la religión islámica que tuvo lugar durante los siglos VII y VIII a través de la conversión y la conquista militar. Mahoma, fundador y profeta del Islam, comenzó a predicar sus revelaciones en La Meca hacia el 612. Veinticinco años después, sus seguidores, a los que se llamó musulmanes, habían alcanzado el control de toda la península Arábiga; de este modo, el Islam se convirtió en la tercera gran religión monoteísta, tras el judaísmo y el cristianismo.

Hacia el 650, se había constituido un Estado islámico que abarcaba Arabia, el Creciente Fértil (en esencia, la región de Mesopotamia, es decir, los actuales Irak, Irán y Siria), así como el territorio que hoy ocupan Líbano, Palestina (Israel, Cisjordania, Gaza y Jordania) y Egipto. A principios del siglo VIII, el islam dominaba una amplia área que se extendía desde las regiones periféricas de China y la India, por el este, hasta el norte de África y casi toda la península Ibérica, por el oeste.

La notable rapidez de la difusión de esta religión debe atribuirse al uso de la fuerza militar. Mahoma atrajo al islam a los pueblos árabes de la península Arábiga gracias a la firmeza de su carácter, a la promesa de una salvación eterna para aquellos que perecieran luchando por este credo y a los bienes materiales que conseguirían quienes triunfaran en la conquista. Los ataques aislados de las primeras etapas de esta expansión no tardaron en convertirse en auténticas guerras a gran escala, en las que imperios y naciones se rendían al poder de este nuevo fenómeno religioso, militar, político, económico y social.

EL PROFETA MAHOMA

Mahoma nació en La Meca, en la ilustre tribu de Quraysh, hacia el 570. Según la tradición, recibió la visita del arcángel Gabriel, que le proclamó profeta de Dios aproximadamente en el 612. Recitando en verso sus revelaciones (que más tarde constituirían el Corán), comenzó su predicación de la religión islámica. Islam, en la lengua árabe significa ‘sumisión’, si bien el Corán añade la acepción “a la voluntad o a la ley de Dios”. En un principio, el profeta no logró apenas adeptos entre los paganos de La Meca, que adoraban a diversos dioses. Pero el número de sus seguidores fue aumentando con el tiempo, y el propio Mahoma comenzó a ser considerado como una amenaza para la elite de La Meca. En el 622, Mahoma y sus seguidores, conscientes del peligro que corrían, se trasladaron a la ciudad de Yatrib (posteriormente Medina), situada junto a un oasis al norte de La Meca. Esta emigración, conocida como la Hégira, marcaría posteriormente el inicio del calendario islámico.

Antes de que Mahoma llegara a Medina, la ciudad se había visto sumida en violentas disputas encabezadas por los principales clanes (grupos de familias que descendían de un antepasado común). Varios de los líderes habían conocido a Mahoma dos años antes de estos acontecimientos y habían escuchado sus enseñanzas durante una peregrinación pagana a La Meca. Algunos de los más ilustres invitaron al profeta a Medina para que mediara en sus enfrentamientos en calidad de autoridad religiosa e imparcial. Por su parte, estos jefes se comprometieron a aceptar a Mahoma como profeta, lo que proporcionó credibilidad a la nueva religión. Los habitantes de Medina que se convirtieron al islamismo fueron denominados “ayudantes”. De este modo, Mahoma, que había pasado de árbitro de disputas a líder de una nueva comunidad árabe, inició una campaña para captar fieles entre los residentes, atacó las caravanas de La Meca y, por último, expulsó a las tres tribus judías que controlaban la mayor parte de la agricultura y metalistería de la ciudad.

Los hombres que acompañaron a Mahoma en la Hégira eran en su mayoría comerciantes, por lo que carecían de medios de subsistencia en una ciudad eminentemente agrícola como Medina. Ante esta situación, Mahoma decidió asaltar las caravanas de La Meca para proporcionar una fuente de ingresos a sus compañeros y, al mismo tiempo, cumplir dos objetivos importantes: en primer lugar, restaurar el orgullo de sus seguidores (humillados con la expulsión de La Meca) a través de las victorias; en segundo lugar, probar la veracidad de sus propias visiones y confirmar que la nueva comunidad contaba con la bendición de Dios. Por otro lado, al entorpecer las actividades comerciales de La Meca les demostraba que la fuerza del Islam era mayor de lo que habían supuesto.

RIVALIDAD CON LA MECA.

Después de varios intentos infructuosos, los musulmanes finalmente atacaron y capturaron una caravana en enero del 624. Los asaltantes dieron muerte a uno de los guardias, la primera víctima de la guerra en nombre del Islam. Los ayudantes se hallaban confusos y preocupados porque el asesinato había tenido lugar durante un mes sacro pagano en el que el derramamiento de sangre estaba prohibido. No obstante, dos de las revelaciones de Mahoma respaldaban el asalto. En ellas se afirmaba que la expulsión de Mahoma y sus compañeros de La Meca era mucho más grave que la violación del mes sagrado. El ataque a la caravana de La Meca provocó una serie de enfrentamientos entre los mecanos y Mahoma.

En marzo del 624, una nueva victoria reforzó la moral de los seguidores de Mahoma. El profeta y unos trescientos correligionarios combatieron en el oasis de Badr contra fuerzas de La Meca tres veces superiores a ellos. Este éxito representó un gran acontecimiento para los musulmanes, y las siguientes generaciones consideraron como un símbolo de nobleza haber participado en esta lid. Las tropas de La Meca, que habían perdido a cincuenta hombres en Badr, buscaron la revancha un año después en una gran batalla que tuvo lugar en la colina de Uhud. En ella se batieron 3.000 soldados de La Meca contra 700 musulmanes. La victoria inicial correspondió a los primeros. Tras la derrota, Mahoma infundió ánimo a sus hombres; sin embargo, los vencedores, satisfechos con la revancha, dieron por terminada la lucha y se retiraron.

En el 627, Medina fue atacada por un contingente de unos 10.000 hombres compuesto por tropas de mecanos y de las tribus aliadas. Los musulmanes cavaron una gran trinchera en torno a sus posiciones, lo que impidió el avance de la caballería. Finalmente, el ejército de La Meca se retiró después de varias semanas de asedio. Mahoma aprovechó esta exhibición de fuerza para completar la expulsión de las tres tribus judías de Medina. Sus miembros no aceptaban a Mahoma como profeta, ni creían en el mensaje universal del Islam, lo que acabó minando su condición de pueblo elegido. Dos de las tribus ya habían sido expulsadas, y Mahoma sospechaba que la tercera, los Banu Qurayzah, había conspirado en favor de La Meca durante el conflicto. Por ello, ordenó que todos los hombres de esta tribu fueran ejecutados y que las mujeres y los niños fueran vendidos como esclavos. A partir de entonces, el control de la ciudad de Medina estaba ya en manos de Mahoma.

LA CONQUISTA DE LA MECA

La rivalidad de La Meca con Medina y los musulmanes concluyó con los acontecimientos que tuvieron lugar en el 628. Como demostración de fuerza y de buena voluntad, Mahoma y unos mil musulmanes emprendieron una peregrinación a la Kaaba, el antiguo santuario dedicado al culto a dioses locales que se encontraba en La Meca. En la reunión celebrada en las afueras de la ciudad, Mahoma llegó a un acuerdo con los líderes mecanos para establecer una tregua de diez años, se accedió a que los musulmanes peregrinaran a la Kaaba, se acordó el cese de los asaltos a caravanas y se permitió que las tribus aliadas tanto de La Meca como de Medina cambiaran de bando si así lo deseaban.

En el transcurso del siguiente año, Mahoma aumentó su poder entre las tribus de la región. En el 630, después de haber atraído a su fe a numerosos jóvenes mecanos, marchó sobre la ciudad con 10.000 musulmanes y se hizo con el poder sin apenas resistencia. Uno de los muchachos convertidos era Jalid ibn al-Walid, quien más tarde se convertiría en el arquetipo del guerrero musulmán y al que se concedería el título de “espada de Alá” (Alá significa ‘Dios’ en árabe). Pocos años después de haber sido expulsado de La Meca, Mahoma regresaba a la ciudad en pleno auge del Islam.

Varias semanas después de tomar La Meca, los musulmanes fueron atacados por un contingente de 20.000 hombres compuesto por tribus árabes beduinas. Estos pueblos nómadas se habían negado a rendirse al Islam, y es posible que actuaran en venganza porque el profeta había provocado la destrucción de los ídolos paganos de la Kaaba y la transformación de este templo en el principal santuario del Islam. Tras la aplastante derrota que Mahoma infligió a los beduinos, se convirtió en el principal líder de la península Arábiga, por lo que muchas tribus árabes se aliaron con él. Entre los requisitos exigidos para sellar las alianzas, era necesario reconocer a Mahoma como verdadero profeta, aceptar la religión islámica y pagar un tributo para los necesitados (zakat). De este modo, se constituyó en Arabia una gran confederación de tribus árabes unidas por el Islam.

LA SUCESION

Mahoma falleció en el 632 y fue sucedido por Abu Bakr al-Siddiq, padre de su esposa favorita. Abu Bakr se convirtió así en el primer califa del Islam (jalifa significa ‘sucesor’ en árabe). Al igual que el fallecido profeta, el nuevo líder pertenecía al clan de los Quraysh. Aunque ni Abu Bakr ni ninguno de los siguientes califas reclamaron el título de profetas, eran realmente la máxima autoridad de una nueva religión que iba adquiriendo también entidad política. Los cuatro primeros califas, seleccionados todos ellos por un consejo de musulmanes, serían llamados posteriormente al-Rashidun (‘bien guiados’, ‘ortodoxos’). Este calificativo fue acuñado para indicar que estos hombres eran los más fieles y virtuosos seguidores de las enseñanzas y ejemplos de Mahoma.

Gobernar la nueva comunidad del Islam ya había planteado algunos problemas en vida del profeta. La fuente de las leyes aplicadas eran las revelaciones del Corán, así como las del propio Mahoma, el profeta de Dios. En su fase inicial, la comunidad musulmana, regida en función de los preceptos divinos, podía considerarse una teocracia. Al fallecer Mahoma, las cuestiones relativas al gobierno que no podían resolverse recurriendo al Corán, se dirimían comparándolas con ejemplos de la vida del profeta en los que se reflejaba la voluntad de Dios. Los califas rashidun eran duramente criticados por la comunidad musulmana cada vez que actuaban en función de sus propios criterios. Con el tiempo, los desacuerdos sobre los mencionados ejemplos o sobre sus posibles interpretaciones provocaron una creciente división en el seno del Islam.

Otra cuestión a la que tuvieron que hacer frente los sucesores de Mahoma fue el aumento de etnias y culturas diferentes integradas en la nueva comunidad musulmana. En su primera fase, el Islam estaba profundamente vinculado a la identidad árabe. Independientemente de que Mahoma fuera árabe y de que su vida transcurriera en este entorno cultural, en el Corán se resaltaba el hecho de que la lengua utilizada era el árabe, y que la auténtica revelación fue transmitida así por Dios (Corán, 43:4 y 12:2). Por este motivo, los primeros musulmanes se sentían orgullosos de su etnia y de su nueva religión árabe. Pero a medida que el Islam se extendió por otros pueblos, la cuestión sobre si era una religión intrínsecamente árabe se convirtió en otra fuente de conflictos en las décadas posteriores a la muerte de Mahoma.

LA ÉPOCA DE LOS CALIFAS RASHIDUN

Abu Bakr dedicó gran parte de su reinado a aplacar las diversas rebeliones locales contra el gobierno del Islam, conocidas como las guerras de apostasía (ridda). Poco antes de tener noticia del fallecimiento de Mahoma, muchas tribus árabes habían renegado de su fidelidad al Islam en favor de nuevos profetas locales. Se trataba más de una cuestión política y económica que de una elección religiosa, puesto que las tribus renunciaron a su compromiso para alcanzar su autogobierno y evitar el pago de la zakat. Abu Bakr tomó parte en algunas de estas luchas, pero el más ilustre caudillo militar de la época fue Jalid ibn al-Walid. Las guerras de apostasía consolidaron el dominio de Medina sobre toda Arabia y la inclusión de estas tierras en el umma o comunidad del Islam.

LA EXPANSION

Después de las guerras de apostasía, Abu Bakr decidió difundir el Islam en las regiones del norte, esto es, en los territorios que ocupan actualmente Irak y Siria. Antes del nacimiento del Islam, tanto esta área como la región mesopotámica habían sido zonas de conflictos disputadas durante más de un siglo por el Imperio bizantino y los Sasánidas de Persia. Con un ejército ya constituido a lo largo de las guerras de apostasía e inspirados por su nueva religión y la oportunidad de hacerse con importantes botines, los árabes musulmanes derrotaron a los bizantinos y a los Sasánidas, cuyas fuerzas se hallaban exhaustas por los largos años de lucha. Los soldados de Abu Bakr conquistaron el sur de Irak, lo que suponía una amenaza para las principales ciudades persas de la cuenca del Tigris y el Éufrates, y comenzaron a avanzar hacia la Siria bizantina.

Abu Bakr falleció a finales de agosto del 634 y le sucedió Umar ibn al-Juttab, Umar I, padre de la tercera esposa de Mahoma. Umar, convertido al Islam en sus primeros tiempos, había desempeñado un papel fundamental en la negociación para que los ayudantes de Medina aceptaran a Abu Bakr como primer califa. También pertenecía a la tribu de los Quraysh, adoptó el título de amir al-muminin (‘jefe de los creyentes’), para indicar a los musulmanes que eran una nación en armas bajo un gobierno militar.

El primer proyecto que llevó a cabo Umar I fue la expansión del Islam hacia el norte, adentrándose en territorio bizantino. Los musulmanes capturaron Damasco en septiembre del año 635 y, casi un año después, las fuerzas bizantinas, dirigidas por el emperador Heraclio I, fueron derrotadas en una contienda que marcó el final del dominio bizantino en el Creciente Fértil. Jerusalén fue tomada en el 638 y se convirtió posteriormente en la tercera ciudad islámica más importante del mundo después de Medina y La Meca.

En el nordeste, las fuerzas musulmanas alcanzaron victorias similares frente a los Sasánidas en los territorios que en la actualidad constituyen Irak. El rey persa Yazdgard III (último monarca de la dinastía Sasánida) luchó con arrojo pero, a pesar de sus amplios recursos, fue derrotado en la batalla de Qadisiyah en febrero del 637. Ctesifonte, la capital sasánida establecida en el Tigris, cayó ese mismo año. Los musulmanes avanzaron hacia el este y aproximadamente en el 642 habían conquistado la región de Juzistán, en el suroeste del actual Irán.

Durante este tiempo, los ejércitos musulmanes que avanzaban hacia el oeste a las órdenes del general Amr ibn-al-As habían lanzado un ataque contra Egipto. Alejandría se rindió a los musulmanes en noviembre del 641. Umar I estableció un puesto militar en la que había sido ciudad romana de Babilonia, próxima al delta del Nilo, que pasó a llamarse al-Fustat y se convirtió en la primera ciudad de fundación musulmana en Egipto, así como en la precursora de El Cairo.

Las instituciones islámicas

Umar I fue estructurando la organización política del Imperio a medida que éste se expandía. Cuando los musulmanes comenzaron a establecerse en las zonas pobladas del Creciente Fértil, Umar I creó una nueva institución para garantizar la protección tanto de los soldados como de los pueblos conquistados. Los soldados, y posteriormente sus familias, residían en amsars (áreas militares aisladas del casco antiguo de la ciudad) o en los nuevos puestos militares. Los árabes eran minoría en las tierras conquistadas y al alojarse en estos recintos preservaban su identidad árabe y podían ser controlados por sus líderes con más facilidad. En Siria, más densamente poblada, los amsars se establecieron en las ciudades ya existentes, mientras que en lo que hoy es Irak, con menos población, se construyeron entre los años 636 y 638 nuevos puestos militares, como Basora y Kufa.

Otra de las instituciones creadas por Umar I fue el diwan o registro oficial de soldados musulmanes árabes, cuya función era regular el reparto de los botines obtenidos en las conquistas. En el diwan estaban recogidos los nombres de todos los musulmanes inscritos en los centros de Medina y La Meca, así como de los soldados alistados en los ejércitos conquistadores y de sus familiares. La jerarquía de los nombres del diwan y, por lo tanto, la cantidad del botín que correspondía a cada persona, venía determinada por el orden cronológico de aceptación del islam, por la vinculación con Mahoma y por la importancia del servicio prestado. En este registro se incluía a Aisha y a las restantes esposas de Mahoma, a los familiares del profeta, a los compañeros, a los ayudantes y a aquellos que habían luchado en las batallas de Badr y Uhud, las guerras de apostasía y en la conquista del Creciente Fértil. Los objetos de oro y plata eran repartidos entre las tropas en el lugar de la batalla. Los veteranos recibían un estipendio anual, pero algunos de los más influyentes eran recompensados con tierras. Al califa le correspondía una quinta parte del botín, la misma cantidad que hubiera recibido Mahoma para ayudar a los necesitados de su comunidad, y otro quinto era enviado a Medina.

Disensiones internas

Umar I falleció en noviembre del 644 y le sucedió Utmán ibn Affan, yerno de Mahoma. Pertenecía también a la tribu de los Quraysh, aunque era miembro de un clan diferente, el de los Omeyas, ya ilustre en La Meca antes del ascenso de Mahoma.

Durante el gobierno de Utmán, las conquistas se ralentizaron y la intranquilidad cundió en las ciudades con puestos militares. Utmán, que representaba a la clase social de los mercaderes de La Meca, no era un experto en técnicas militares y tuvo que hacer frente a la oposición del Ejército desde el comienzo. Al realizarse menos conquistas, disminuyeron también los botines, y los soldados comenzaron a mostrar su desacuerdo ante las riquezas que se enviaban al califa y a los funcionarios de Medina. Además, el único vínculo entre los soldados y sus líderes era el islam. Utmán, en un intento por revitalizar la fuerza del islam, insistió en la elaboración de una única versión del Corán y ordenó quemar todas las copias anteriores. Esa versión “autorizada” del Corán se organizó en función de la longitud de las suras (capítulos), de los más largos a los más cortos. Utmán actuó con nepotismo favoreciendo a los miembros de su propio clan en el nombramiento de puestos destacados, por lo que perdió el respaldo del pueblo.

En el 656, diversos grupos de soldados insatisfechos se dirigieron a Medina y se amotinaron contra Utmán arrojándole piedras cuando se hallaba en la mezquita. Los soldados, ante el temor de que un ejército de Siria acudiera en ayuda del califa, asaltaron su residencia en junio del 656 y le asesinaron. Persuadieron después a Alí ibn Abi Talib, que simpatizaba con la causa rebelde y era también primo y yerno de Mahoma, para que aceptara el califato. Alí se encontró con la oposición del clan de los Omeyas y de Aisha, viuda de Mahoma, que consideraba que había llegado a ser califa injustamente.

En diciembre del 656, Alí se dirigió con sus tropas leales hacia Basora, donde fue derrotado por las fuerzas fieles a Aisha en lo que se considera la fase inicial de la primera guerra civil islámica. Esta contienda, que comenzó en el 656 y se prolongó hasta el 661, fue conocida posteriormente como la primera fitna (‘prueba’, en árabe), porque sirvió para poner a prueba la unidad de la comunidad islámica. Al concluir la primera batalla, Alí abandonó Medina y se trasladó a Kufa, donde contaba con más apoyo. Allí fue desafiado por Muawiya, el gobernador de Siria perteneciente a la familia Omeya.

Muawiya se negó a reconocer a Alí como califa y combatió contra las fuerzas del enemigo en una batalla que tuvo lugar en Siffin, al norte de Siria, en el 657. Cuando la lucha se tornaba favorable a Alí, éste accedió a la petición de Muawiya, que solicitaba someter a arbitraje la cuestión de si Utmán había merecido la muerte por los errores cometidos o si había sido injustamente asesinado. El asunto se dirimió en el año 658 y la decisión fue desfavorable para Alí, que rehusó aceptar el veredicto y trató de reanudar la batalla. Fue entonces cuando algunos de sus seguidores desertaron porque consideraban que, al acceder al arbitraje, había actuado en contra del Corán, que era la palabra de Dios. Cuando los disidentes salieron a la luz, Alí eliminó a muchos de estos jariyíes (‘los que salen’) lo que desilusionó profundamente a los partidarios del califa. Alí deseaba entablar una guerra contra Muawiya, pero se encontró con la oposición de todos los sectores. Finalmente, el califa fue asesinado por un jariyí en enero del 661. Muawiya disuadió al hijo de Alí, Hasan, de reclamar el califato. La proclamación de Muawiya como califa puso fin al periodo de los califas rashidun y marcó el comienzo del califato Omeya.

Al concluir la guerra civil y tras el magnicidio de Alí, el islam quedó dividido en tres facciones. La primera y de menor fuerza era la de los jariyíes. Los dos grandes grupos enfrentados eran los shiat Alí, los ‘seguidores de Alí’ (posteriormente conocidos como chiitas), y aquéllos que aceptaban a Muawiya como califa. Este último, el de los denominados suníes, comprendía a la mayoría de los musulmanes. Los chitas exigían que el califato retornara a la familia de Alí, pues consideraban que éste había sido depuesto injustamente y había sido elegido por Dios para suceder al mismo Mahoma. Muchos de los débiles y necesitados que padecieron cuando el gobierno de Alí estaba dominado por el estamento militar, se unieron a su causa.

EL CALIFATO OMEYA

Muawiya no fue elegido califa, sino que conquistó el título a la fuerza, y se mantuvo en este puesto gracias a sus excelentes relaciones con las tropas árabes de Siria. Tan fuertes eran sus lazos con el estamento militar árabe que las casi nueve décadas de gobierno de los Omeyas (661-750) han sido calificadas como el periodo del reino árabe. Lo árabe dominaba el islam como principio organizativo del Estado. Esta tendencia inquietaba a los musulmanes tradicionales y a la creciente población de musulmanes no árabes. Muawiya organizó un nuevo centro de gobierno en la ciudad militar de Damasco, lo que indicaba el dominio emergente de Siria con respecto a Medina y La Meca, y se propuso unificar su reino afianzando la posición de la clase guerrera árabe favorable a los Omeyas.

La nueva expansión

La dinastía Omeya intentó canalizar la energía de sus súbditos y del Ejército en nuevas conquistas. El norte de África se convirtió en una de las principales áreas de expansión islámica. Dado que las ciudades portuarias de estas regiones estaban en manos de cristianos bizantinos, los árabes sólo ocuparon inicialmente las zonas rurales del interior. En el 670 establecieron un nuevo puesto militar en Kairuán (en la actualidad, en Tunicia), y entre el 697 y el 705 conquistaron Cartago. Los alrededores de la ciudad de Túnez fueron utilizados entonces como base naval árabe. El islam se extendió entre los nativos bereberes, que se incorporaron al Ejército árabe y a los que se asignó la misma porción del botín que a los soldados árabes. Uno de estos bereberes, Tariq ibn Ziyad, dirigió a los ejércitos musulmanes a lo largo de la costa Mediterránea en el 711, hasta alcanzar la península Ibérica a través del estrecho de Gibraltar. Las fuerzas conjuntas de árabes y bereberes conquistaron los territorios que hoy forman Portugal y España (al-Andalus) y se adentraron en la zona occidental de la actual Francia, donde en el 732 fueron derrotados por el rey franco Carlos Martel en una batalla que tuvo lugar entre Tours y Poitiers y que detuvo el avance del islam en Europa.

A pesar de que los Omeyas confiaban en unificar los territorios bajo su poder, tuvieron que hacer frente a la oposición de diversos grupos, principalmente los mawali (musulmanes no árabes, pero relacionados con éstos), y los chiitas.

Cuando el islam se extendió en el Creciente Fértil y en las zonas circundantes, la población no árabe comenzó a convertirse a esta religión. Pero, al ser éste un movimiento árabe desde sus inicios, los mawali constituían un grupo de segunda categoría. Se les denominaba mawali (‘clientes’, en árabe) porque fueron obligados a unirse o a prestar servicios a tribus o individuos musulmanes. Estas gentes vivían en los suburbios construidos en los alrededores de los amsars y se dedicaban a la agricultura, el comercio, la artesanía y a trabajos que requerían escasa cualificación. Servían en la infantería árabe y recibían una porción de los botines de guerra inferior a la de los árabes. Su esperanza de prosperar residía en la posibilidad de que el gobierno concediera más importancia a la aceptación del islam que a la etnia. Sin embargo, los Omeyas no consiguieron recompensar a todos los musulmanes por igual o bien los botines no eran tan abundantes como se esperaba. Además, las comunidades musulmanas de la zona contaban con los impuestos recaudados a los mawali. Esta actitud contrarió a este sector de la población y alimentó el descontento, la deslealtad y, finalmente, la rebelión.

Mientras tanto, continuaban las hostilidades entre los Omeyas y otras facciones musulmanas, especialmente los chiitas. Muawiya, antes de su muerte, acaecida en el 680, nombró como su sucesor a su hijo, Yazid I, lo que hizo innecesaria la elección de un nuevo califa. Esta decisión irritó a quienes rechazaban la creación de un reinado dinástico de los Omeyas. Cada grupo opinaba de diferente forma con respecto a quién tenía derecho a dirigir la comunidad islámica entre los parientes de Mahoma y los descendientes de los personajes estrechamente vinculados al profeta. Los chiitas creían que el califa debía ser un descendiente de Mahoma de la línea de Alí. Los “ayudantes” consideraban que su aportación al islam se había pasado por alto en la elección de los llamados “califas rashidun”, y que lo justo era designar a uno de sus miembros. Muchos grupos cuestionaban la pureza de la fe de los Omeyas. Por otro lado, los musulmanes no árabes eran conscientes de que, al concederse más importancia a la etnia que a la aceptación del islam, quedaba cerrada para ellos la posibilidad de ascender socialmente.

El clima de descontento que surgió tras la muerte de Muawiya provocó seis décadas de desórdenes y de guerra civil. Meses después del fallecimiento del califa en el 680, los chiitas se rebelaron en Kufa y reafirmaron su adhesión a Husayn, hijo de Alí. Tras caer en una emboscada tendida en el camino de La Meca a Kufa, Husayn y su grupo, formado por sus parientes y seguidores, fueron masacrados por las fuerzas de los Omeyas. La rebelión chiita de Kufa quedó sofocada, pero el asesinato de Husayn, nieto de Mahoma, conmocionó al mundo islámico y provocó una corriente de simpatía por los chiitas. Poco después, los descendientes de los “compañeros” y de los “ayudantes” del profeta se amotinaron en Medina y aumentó además la duda de los mecanos sobre la pureza de la fe de los Omeyas. Éstos volvieron a tomar Medina y saquearon la ciudad durante tres días. Los ejércitos sirios sitiaron sin éxito La Meca y destruyeron la Kaaba, el templo sagrado del islam. Arabia quedó sumida en el caos cuando los antagonismos entre tribus, latentes desde los tiempos de Mahoma, resurgieron provocando una guerra. Las frecuentes rebeliones de los mawali sembraron la intranquilidad más allá de Arabia, a lo largo de los territorios islámicos.

La caída de los Omeyas

La expansión territorial de los Omeyas intensificó los problemas sociales porque el descontento de los mawali se incrementó ante el número de ciudades militares y de población no árabe que se convertía al islam. En la década del 740, los rebeldes chiitas establecieron alianzas con otro clan árabe, el de los Abasíes, descendientes de Abbas, tío de Mahoma. Este clan proclamó que todos los musulmanes, árabes o no, debían recibir igual trato. Tras obtener el apoyo de los mawali persas rebeldes, esta confederación venció en la decisiva batalla que se libró contra los Omeyas en el 750, y que puso fin al dominio de este clan (salvo en al-Andalus, que permaneció bajo su control). La dinastía Abasí trasladó la capital a Bagdad, restauró el orden e instituyó reformas destinadas a impartir justicia a todos los musulmanes.

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